Se trata de un objeto de pavimento urbano recurrente en las calles de Bilbao, que constituye uno de los casos más representativos de identificación estética e incluso identitaria que se ha revelado en la esfera iconográfica de la ciudad. Además de su función de uso, remite a aspectos simbólicos que destacan a modo de imagen característica. En la villa se han colocado varias decenas de millones de ellas.

Pese a la ausencia de datos exactos, los técnicos del Área de Obras y Servicios del Ayuntamiento de Bilbao (Subdirección de Proyectos y Obras Públicas) informan que el diseño original de la baldosa modelo “Bilbao” fue creado en el taller del entonces Departamento de Vialidad del consistorio bilbaíno, durante una fecha indeterminada entre las décadas de 1940 y 1950. Sería probablemente un rediseño adaptado de una baldosa de tamaño ligeramente superior (“Rosa” o “Flor” de Barcelona, ideada por Joseph Puig i Cadafalch, en losetas de cemento hidráulico de 20 x 20 cm.) que existía y se utilizaba tanto en la ciudad condal como en otros lugares.

Los servicios municipales bilbaínos fabricaban la baldosa con un compuesto químico de hierro (y virutas) que se añadía al engrudo de hormigón y mortero para aumentar su seguridad y la resistencia. Fuentes más imprecisas defienden una datación anterior que se remonta a las décadas de 1920-1930, período en el que serían elaboradas, bien por Eduardo Sáenz de Venturini o bien por la factoría de mosaicos “La Moderna”, ya en forma de roseta y con los cuatro canales laterales para desaguar correctamente en épocas de climatología lluviosa. Su exportación internacional a latitudes de clima más o menos húmedo ha sido un acicate para su expansión.

Durante los primeros años las baldosas se realizaban con asfalto fundido en forma romboide. De hecho, sustituyó a la pavimentación asfáltica (a la cual, con el paso del tiempo, le surgían grumos tal que protuberancias que dificultaban el caminar), utilizando elementos modulares de 15 x 15 cm. Hace aproximadamente 25 años una baldosa más grande llamada “Vibrazolit” (40 x 40 cm.) hizo su aparición en algunas áreas de Bilbao. En la textura rugosa antideslizante se grabó en relieve negativo la forma singular de la baldosa emblemática, para ubicar en bordes y remates de acera.

Las unidades de baldosa son encargadas por contrato a diversos fabricantes, presentadas en cuadrados más grandes que los primigenios (30 x 30 cm.), compuesto cada uno de ellos de cuatro dibujos idénticos a la manera de surcos tetralobulares para el encauzamiento del agua como propiedad antideslizante. Su componente de imagen se ha utilizado gráficamente en infinidad de afiches y publicidad cartelera, complementos de joyería y artesanía o menaje, indumentaria y abalorios, mobiliario urbano así como en negocios hosteleros, de comestibles, repostería y arte público.

Desde esa vertiente se han originado, precisamente, reformulaciones del aspecto icónico de la baldosa en el arte contemporáneo. Una de las que más profundizaría en la función utilitaria y simbólica de la misma fue la reapropiación artística a partir del planteamiento de una obra efímera en tres ámbitos específicos de Bilbao, que con un carácter experimental se llevó a cabo entre septiembre y noviembre de 2001.

El escultor Iñaki Ría Garriga proyectó una intervención a modo de objeto híbrido entre la escultura y el mobiliario urbano, donde una baldosa Bilbao de modelo más grande, fundida en hierro, es insertada en un tipo diferente de pavimento, contribuyendo a proporcionar identidad al mobiliario. La relación del mobiliario con la escultura refleja identidades e imaginarios evocados que tienen que ver con la particularidad de la ciudad, idea que constituye la clave principal de la propuesta. La acción de sustitución de la baldosa contribuye a un diálogo entre el espacio público y el objeto de pavimentación, de manera que dicho espacio queda modificado simbólicamente.

En la línea de baldosas metálicas de la Plaza Circular, el escultor remarca así la función de ese pavimento y traza una recta en la calzada de un material que en el transcurso temporal pierde su color de herrumbre, signo de recuerdos difusos y de unas realidades lejanas que atesoran las memorias de la villa.

Se apela a una suplantación de la baldosa real por su imagen simulada; descontextualizándola, extrayéndola de su entorno, haciéndola única e irrepetible en contraste con la sucesión seriada de ese tipo de elementos. En este sentido, el artista modifica su funcionalidad reconvirtiéndola en metáfora de escultura. Más allá de su utilidad pone en valor la estética del pavimento para restituir y reinstaurar los usos y delimitaciones de los lugares transitados, en el espacio público urbano por excelencia que es la calle donde aparece la baldosa.

Isusko Vivas Ziarrusta & Amaia Lekerikabeaskoa Gaztañaga