El Corpus Christi es la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo. En 1247, la monja belga Santa Juliana de Lieja pidió su convocatoria tras un sueño revelador. En 1264 el papa Urbano VI fijó la fiesta en bula y comenzó a celebrarse como reafirmación del dogma de la presencia de Cristo en las especies eucarísticas. Su fecha, el jueves después del domingo de la Santísima Trinidad, depende de la Semana Santa.

Con el Concilio de Trento se afianzaron las procesiones y el Corpus absorbió las fiestas populares de los pueblos durante la edad moderna. En Bilbao, a lo largo del siglo XVI se documentan en los libros de cuentas de la Cofradía del Santísimo Sacramento, representaciones de autos sacramentales y las primeras procesiones con gigantes y cabezudos acompañados de tamborileros y dulzaineros. Es destacable la danza de estos gigantes ante la Custodia, lugar en el que se exhibe la hostia o cuerpo de Cristo después de consagrarla para adoración de los fieles.

En los siglos siguientes se sumaron danzantes a las procesiones y se registran adornos callejeros que engalanaban la Villa, espectáculos taurinos en el Muelle de la Ribera, actuaciones musicales, diferentes competiciones y juegos de gansos en la ría e incluso cohetes y fuegos artificiales.

Se trataba de una fiesta muy arraigada en la cultura popular. Ya lo dice el refranero español: “Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión”. Después, ya en el siglo XIX, las grandes fiestas bilbaínas se cambiaron a agosto, mejor época para los aldeanos que durante el Corpus estaban ocupados en sus tareas agrícolas.

En la actualidad, miles de bilbaínos participan anualmente en la misa y procesión posterior en la que la Custodia de Jesús Sacramentado se conduce bajo palio por las calles del Casco Viejo hasta la Catedral de Santiago. Los mantones vaticanos y las banderas que engalanan los balcones muestran aún el fervor de los bilbaínos por esta tradición religiosa.


Ale Ibarra Aguirregabiria