Es muy probable que ya desde su fundación, Bilbao contara con un “especiero”, “boticario” o “apotecario”, nombres con los que eran conocidos en el pasado los profesionales que ahora llamamos farmacéuticos. Pero los primeros datos que aparecen en los archivos municipales se remontan al año 1463, en que el Ayuntamiento concede licencia para traer una cántara de vino blanco a Juan Martínez de Çubilleta, boticario. Licencia que era habitual que les fuera concedida, pues existía una prohibición de importar vino de otras regiones hasta tanto no fuera vendida la producción local y sólo los boticarios podían expenderlo a indicación del médico, porque el vino estaba considerado como medicamento en algunos casos.

En una relación de vecinos del año 1464 figura Martín Ferrandes, boticario. Siete años más tarde aparece la mujer del maestre Juan, el boticario, en la calle Carnicería Vieja, en las “boticas pegadas a la calostra”. No parece que ejerciera en la Villa más de uno, pues con ocasión de la epidemia de peste del año 1530, el boticario Domingo Aguirre huyó a Plencia y el Ayuntamiento de Bilbao hubo de recurrir a contratar con el de Abando, Juan de Larrea. No ocurrió lo mismo en la epidemia del año 1598, en la que Thomas de Lezama, boticario, fue asalariado para un año por el Ayuntamiento, con 3.000 reales anuales. Enfermó de peste, falleció y fue sustituido por Antonio de Barraycoa.

Durante los siglos XVII y XVIII, su número se incrementó hasta llegar a seis boticas registradas en el año 1746. En 1765 su número descendió a cinco. Continuaba invariable en 1803.

El reconocimiento de las boticas era realizado cada año por el alcalde, acompañado por uno o varios regidores y un boticario visitador, cuyo nombramiento fue motivo de enfrentamiento entre el Real Protomedicato y la Diputación. Un médico y un cirujano de la Villa formaban parte del cortejo examinador. Estas visitas servían para comprobar el abastecimiento de las boticas y el buen estado de los principios utilizados para la preparación de los medicamentos.

En el siglo XVIII aparecen las primeras intervenciones de boticarios en el examen de la salubridad de los alimentos, cuando el Alcalde reúne a una comisión compuesta por médicos y por los farmacéuticos Jerónimo de la Ribera y Bernabé Belauste, para examinar una partida de trigo, de cuya sanidad había dudas.

En aquel siglo apareció el boticario del Hospital de los Santos Juanes, siendo Joaquín Boneta el primero del que conocemos su nombre. Desde 1828, se encargaba de realizar los primeros análisis de vinos, leche y otros alimentos, así como, ya en los últimos años del siglo, de realizar los primeros análisis clínicos, siendo el precursor del Laboratorio Municipal.

Varios de los farmacéuticos bilbaínos elaboraron sus propios medicamentos, algunos de los cuales alcanzó gran difusión, como el Licor del Polo de Salustiano Orive, o las “Píldoras Miguélez”. Otros crearon importantes laboratorios farmacéuticos, como Valderrama y Aristegui. El asociacionismo profesional de los farmacéuticos bilbaínos llevó a la implantación precoz de su Colegio Oficial de Farmacéuticos, del Centro Farmacéutico Vizcaíno y de VASCOFAR para proporcionar un sistema ágil y económico para la adquisición y suministro de medicamentos a cada una de las farmacias vizcaínas. También participó en la creación de los laboratorios farmacéuticos FAES representado por Luis Artaza Achicallende.

Durante el siglo XX la evolución de las farmacias fue rapidísima, pues pasaron en pocos años de ser profesionales que preparaban medicamentos según las recetas médicas recibidas, a ser expendedores de preparados específicos fabricados por grandes laboratorios. En el camino, cumplieron también una función muy importante al realizar análisis clínicos y de alimentos; también al cumplir una continuada labor de educación sanitaria de la población.

Juan Gondra Rezola