La segunda gran pandemia gripal del siglo XX fue conocida como “Gripe Asiática”. Tuvo su inicio al norte de China en febrero de 1957, alcanzando en menos de diez meses una distribución mundial. Llegó a Bilbao a comienzos del mes de octubre de 1957 y afectó, en menos de un mes, a más de un tercio de sus 267.000 habitantes. Fue una enfermedad benigna, aunque debemos reseñar un claro aumento del número de cadáveres inhumados en los cementerios bilbaínos, 848 en el cuarto trimestre de 1957 cuando en los años inmediatos este número no rebasaba los 650. Pero las estadísticas oficiales enmascararon estas cifras.

Desde el punto de vista sanitario se habían producido numerosos cambios que configuraban unas características muy distintas de las del Bilbao de 1918:

-        La Jefatura Provincial de Sanidad era la máxima autoridad sanitaria provincial, pero disponía de escasos recursos médicos para poder desarrollar poco más que una actividad testimonial frente a la gripe.

-        La Seguridad Social se hacía cargo de la asistencia médica a los trabajadores, pero se encontraba muy lejos de la cobertura universal de nuestros días. Contaba con un número muy reducido de consultorios y no cubría los ingresos hospitalarios por enfermedad.

-        Las clases medias y altas obtenían su asistencia sanitaria acudiendo a la medicina privada.

-        La beneficencia municipal atendía a unas cuatrocientas familias pobres y había perdido importancia y peso en el conjunto de la sanidad bilbaína. El Ayuntamiento había perdido durante la Dictadura gran parte de su capacidad económica y normativa, quedando supeditado al poder creciente del Gobernador Civil.

-        Las casas de socorro municipales constituían el único recurso de asistencia de urgencia junto con el cuarto de socorro del Hospital de Basurto.

Nos encontramos, pues, ante una dispersión de recursos, mal coordinados, y ante la ausencia de una autoridad sobre la que cayera con claridad la responsabilidad de dirigir la lucha contra la epidemia que se acercaba.

El Ayuntamiento de Bilbao, que había dirigido durante seiscientos años la lucha contra las sucesivas epidemias de peste, cólera y demás plagas, ignoró por completo esta epidemia, pues no sólo no tomó ninguna medida correctora, sino que no la mencionó en su boletín trimestral de estadística ni en sus libros de actas.

La Jefatura Provincial de Sanidad publicó dos notas informativas para tranquilizar a la población, en las que se decía que la enfermedad era benigna y que el abastecimiento de medicamentos estaba asegurado. En este sentido iba dirigida la única medida práctica establecida por esta Dirección, la de obligar a las farmacias a abrir los domingos y festivos como si fueran días laborables; aún así algunas oficinas de farmacia vieron aglomerarse a los clientes y formar colas, pues multiplicaron por veinte sus ventas de antipiréticos y analgésicos.

Como tampoco la Seguridad Social tomó ninguna medida fuera de su rutina, el peso de la epidemia cayó por completo sobre la propia población y sobre las clases médica y farmacéutica, quienes debieron de afrontarla con el esfuerzo personal y con recursos muchas veces improvisados, supliendo con ingenio las carencias debidas a la inhibición de las autoridades sanitarias.

Durante el mes de octubre y los primeros días de noviembre, el número de inhumaciones en los cementerios de Derio y Deusto sufrió un incremento significativo atribuible a la gripe. Se registraron 41 casos con diagnóstico de gripe o de bronconeumonía gripal, y 48 de bronconeumonía; a los que se podría añadir un buen porcentaje de los 97 casos con diagnóstico de bronquitis crónica, cor pulmonale, neumonía, miocarditis, toxicosis, bronquitis capilar, asma bronquial, asma cardiaca, edema pulmonar, insuficiencia respiratoria, cardiaca o cardiorrespiratoria y similares.

 Parece, pues, razonable aceptar que la gripe asiática causó en Bilbao entre 89 y 220 víctimas en Bilbao, siendo la cifra más probable de unas 165.  Hallamos una distribución por edades distinta a  la ocurrida en la pandemia de 1918. Afectando más a los niños menores de 1 año y a los ancianos, distribución es muy similar a la que se considera en la actualidad como “grupos de riesgo” ante la gripe: menores de seis meses y mayores de 65 años.

Juan Gondra Rezola