La huelga minera de julio de 1910, una de las más largas que vive el socialismo vizcaíno hasta el momento, puede considerarse el último “asalto” minero sobre la ciudad de Bilbao, y de hecho, cierra el ciclo huelguístico iniciado en 1890.  Esta huelga además es uno de los últimos triunfos de Perezagua como líder socialista, y su declive marca también el fin de la primera etapa del socialismo vizcaíno, y el inicio de la hegemonía de la facción conjuncionista y moderada.

En febrero de 1910, durante el congreso de la Federación de Obreros Mineros de Vizcaya, se había planteado la necesidad de reivindicar que “la jornada sea de nueve horas en verano e invierno”. No obstante, hasta el verano no se decide ir a la huelga. Así, el 15 de julio de 1910, en las minas de Concha I y II se llama al paro y en veinticuatro horas casi toda la zona minera se encuentra en huelga. La muerte de un minero tiroteado el día 16 no hace más que caldear los ánimos.

Al igual que en las anteriores huelgas, el rechazo de la patronal a las negociaciones con los representantes socialistas se hace patente. Ante este panorama, a finales de julio llega a Bilbao la comisión del Instituto de Reformas Sociales, con Gumersindo de Azcárate a la cabeza, para evaluar la situación.

La huelga es larga y dura. Las disensiones entre patronal y representantes obreros hacen dificiles las negociaciones, máxime cuando las cuestiones personales influencian el proceso, como la protagonizada por Facundo Perezagua y el diputado Salazar, cuando este último llama “apache” a Perezagua y cuestiona su presencia en la mesa de negociaciones. El socialista, ante tales palabras sale de la sala y paraliza por algún tiempo las negociaciones.

Ahora bien, desde el Ministerio de la Gobernación se quiere alcanzar rápidamente el acuerdo para evitar mayor inestabilidad en los ya frágiles gobiernos de la Restauración, por lo que el ministerio lanza un principio de acuerdo. Pero las negociaciones se estancan tras el rechazo socialista a la propuesta ministerial, una negativa auspiciada en gran medida por los propios huelguistas. Así, cuando Perezagua acude a la zona minera con las bases del acuerdo para ser votadas en asamblea, los mineros gritan: “-¡No, no, jamás, queremos la huelga! ¡Viva la huelga![1]”. Esta actitud será duramente censurada por la facción más moderada del socialismo vizcaíno.

Esta crítica es una muestra de la división interna del socialismo vizcaíno, que viene gestándose desde años atrás. La Conjunción Republicano-Socialista materializada el año anterior lleva a ciertos socialistas cercanos al republicanismo a pedir mejoras democráticas y no solamente laborales, así como a plantear dudas sobre el recurso a la huelga como modo de reivindicación.

La huelga sigue su curso durante el mes de agosto, y cuando a finales de mes parece que se alcanza un acuerdo, nuevamente estalla otro paro que discurre paralelo a la huelga minera en curso. Esta vez son los descargadores y carreteros del muelle los que paran el trabajo, contagiando a toda la zona fabril.

Será una actuación patronal, el anuncio del patrón minero José María Martínez de las Rivas, de reducir las horas de trabajo, la que incite el fin del paro. Martínez de las Rivas atiende las reivindicaciones de los obreros mineros y para justificar su comportamiento apela a la compasión y exhorta a sus compañeros a seguir sus pasos. Esto le vale la reprimenda del Círculo Minero y el sobrenombre de “empresario esquirol”, tal y como recuerda Prieto.

Finalmente, tras alcanzar el acuerdo de reducción de jornada, el día 18 de septiembre casi todos los obreros mineros y fabriles vuelven al trabajo. La huelga ha durado más dos meses, una de las más largas que se recuerdan, y ha vuelto a encumbrar a Perezagua al liderazgo minero, aunque su hegemonía no durará mucho tiempo más. 


Sara Hidalgo García