Compositor bilbaíno (Bilbao,1806 - París,1826); considerado máximo exponente ibérico del Clasicismo musical tardío.

Nació en el seno de una familia con antecedentes musicales, pues ya su abuelo materno, Miguel Balzola, había sido organista y constructor de pianos. También su padre, Juan Simón de Arriaga, tocó el órgano en Berriatua (Bizkaia), antes de ejercer como maestro “de primeras letras” en Gernika. Esta labor pedagógica fue premiada por la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País en 1792 y 1793, muestra inequívoca de su afinidad con el proyecto de la Ilustración. En 1804 Juan Simón se trasladó a Bilbao para ocupar un puesto de escribano, y allí prosperaría también como comerciante y armador. Al parecer, otro hijo suyo, Ramón Prudencio, fue igualmente hábil guitarrista y violinista.

Se desconocen los pormenores de la formación temprana de Juan Crisóstomo, criado entre las calles Somera y Ronda del Casco Viejo. Además de la previsible influencia paterna, se le supone alumno de Fausto Sanz, violinista en la basílica de Santiago. Según todos los indicios, su talento musical debió de destacar desde muy corta edad en salones y reuniones filarmónicas locales. Con once años compuso un terceto conocido como Nada y mucho (reconvertido en octeto un siglo más tarde), antes de firmar como “opus 1” su Obertura para noneto, de 1818. Un año más tarde trabajó en Los esclavos felices (1819), ópera semiseria sobre texto de Francisco Comella, de la que sólo su obertura se conserva completa. Durante esta etapa escribió también algunos himnos y marchas patrióticas de corte liberal junto a piezas instrumentales para cuerda o piano, así como un Stabat Mater (c. 1821), posiblemente destinado a la capilla musical bilbaína.

Animado por los elogios de personalidades como José Sobejano, maestro de capilla en Bilbao, el tenor Manuel García y el violinista Francesco Maria Vaccari, se trasladó a París en 1821. Allí cursaría estudios oficiales de Armonía y Contrapunto con François-Joseph Fétis, y de violín con Pierre Baillot. En 1823, tras obtener el 2º Premio en el concurso anual de Contrapunto y Fuga del Conservatorio, fue nombrado asistente en las clases de Fétis. Un año después, el editor Ph. Petit publicó sus tres Cuartetos de cuerda, sumamente apreciados por su maestro. Su producción fue ensanchándose con la elaboración de una Sinfonía “para gran orquesta”, nuevas obras religiosas (su desaparecida Fuga a 8 sobre una frase del Credo fue calificada, al parecer, de “obra maestra” por el director del Conservatorio, Luigi Cherubini), y varias cantatas y arias profanas. En París también revisó algunas de sus creaciones bilbaínas y entabló amistad con el pianista riojano Pedro Albéniz. En medio de tan intensa actividad, Arriaga murió de una afección pulmonar, pocos días antes de cumplir veinte años. Con ello no sólo quedó truncada la carrera del más prodigioso y precoz talento musical vasco, cuando ya apuntaba maneras de madurez romántica, sino también la propia recepción temprana de su obra, tanto en Francia como en España.

La publicación de una elogiosa reseña en la Biographie universelle des musiciens et biographie générale de la Musique de Fétis (1834, reeditada en 1860), supuso el primer paso para rescatar del olvido su figura. Según este autor de referencia, su malogrado discípulo poseía “el don de la invención y la más completa aptitud para todas las dificultades de la ciencia [musical]”, siendo “imposible imaginar nada más original, más elegante ni escrito con mayor pureza” que sus cuartetos. Desde las últimas décadas del siglo, su sobrino-nieto Emiliano de Arriaga abanderó los esfuerzos por recuperar su legado, hasta convertir al músico en verdadero icono y mito de su villa natal; con apoyo, entre otros, del editor Louis Dotesio y de la Sociedad de Cuartetos de Bilbao, creada en 1884. En aquella época (1886) acuñó Emilio Arrieta el repetido apelativo de “Mozart español” para evocar su genio creativo. Este movimiento condujo a la institución de una “Comisión Permanente” (1887) que velase por reivindicar y divulgar su producción. Tras la celebración del centenario de su nacimiento, en 1906, se encomendó al artista Francisco Durrio la ejecución de un monumento público en su memoria, que no sería inaugurado hasta 1933. Tanto el conservatorio de música como el primer teatro bilbaínos ostentan aún hoy el nombre del autor.

 

Obras: Nada y mucho; Los esclavos felices; Tema variado en cuarteto; Variaciones sobre el tema de ‘La Húngara’;  Stabat Mater; tres Estudios (Caprichos) y una Romanza para piano; tres Cuartetos de cuerda; Ouverture pastorale; Sinfonía en re; Salve Regina; Misa à 4; Medée; Ma tante Aurora; Oedipo à Colonne; Herminie; Agar dans le désert; entre otros fragmentos y piezas desaparecidas.

 

 

Mario Lerena