Laboratorio de salud pública creado a finales del siglo XIX para dotar de una base científica a la vigilancia de las condiciones higiénico-sanitarias del agua y de los alimentos para el consumo humano.

Control de los alimentos

La preocupación acerca de las adulteraciones de alimentos ha sido constante en las ciudades europeas desde la Edad Media hasta nuestros días, habiendo motivado frecuentes actuaciones de las administraciones municipales para tratar de prevenirlas, detectarlas y sancionarlas; tanto por el daño a la salud que estas adulteraciones pueden acarrear como por el quebranto económico causado.

Durante muchos años fueron los inspectores de pesos y medidas quienes ejercían el control para detectar adulteraciones de los alimentos, con intervenciones esporádicas de farmacéuticos o médicos.

El avance científico ocurrido en el siglo XIX hizo necesaria la práctica de análisis físicos y químicos para que  el arrojar un vino al río o algunos pescados a las llamas ya no dependería de la opinión, siempre discutible, de un catador, sino de los resultados de una prueba que podría ser repetida si se guardaban muestras para la realización de análisis contradictorios.

Creación del Laboratorio Municipal de Bilbao

En el año 1883, los señores Dotesio y Celada elevaron una oferta al consistorio para realizar en su laboratorio los análisis de los alimentos y aguas que les fueran enviados por la inspección municipal. La Comisión de Policía estudió esta propuesta, evaluó los resultados obtenidos hasta entonces con los análisis efectuados por el farmacéutico del Hospital de Atxuri u otros particulares, y decidió no aceptarla y crear un laboratorio municipal. Aprobó un Reglamento que regulaba el funcionamiento no sólo del laboratorio, sino de todo el control o “policía” de los alimentos.

 En octubre del mismo año salieron a concurso las plazas de director, dotada con 2.000 pesetas anuales; una ayudantía dotada con 1.100 pesetas, además de una de mozo, 900 pesetas, y la consignación de 200 pesetas como gratificación extra para cada uno de los dos integrantes del cuerpo de vigilantes que se pensaba dedicar a la función de inspector de salubridad.  En 1884 se nombró al primer director, Elías L. Bustamante, farmacéutico de Portugalete ganador del concurso convocado al efecto. José Larrinaga obtuvo la plaza de ayudante. A partir de ese momento, el Laboratorio Municipal iba a sufrir un desarrollo muy rápido. Durante sus primeros años sufrió un incómodo peregrinaje: desde una pequeña habitación en los bajos del Hospital de Atxuri pasó al de Solokoetxe y de allí a la calle Henao. En 1901 se instaló en un edificio construido ad hoc en la calle San Vicente; edificio que compartió durante 80 años con la Casa de Socorro del Ensanche.

Personal

El primer director dimitió antes de que el nuevo laboratorio iniciara su actividad, siendo sustituido por Rafael del Río, quien dimitió a su vez en 1895, dejando paso a Jesús Aristegui, farmacéutico que dio un fuerte impulso al desarrollo del laboratorio.

Rafael Larrinaga fue ayudante hasta su fallecimiento en el año 1900; su sustituto Antolín Esteban de Echegaray, relevó años más tarde a Aristegui en la dirección.

La nómina quedaba completada con un mozo de laboratorio, Francisco Abrego, y un inspector de salubridad que se encargaba de recoger las muestras, Juan Diaz.

Actividades

Además del control de los alimentos y del agua, se vio obligado a atender otras demandas, como la realización de análisis microbiológicos o la práctica de análisis forenses a petición de los jueces. También tuvo atender al análisis de productos no alimentarios como grasas industriales, lejías, petróleo, etc.

Antes de finalizar el siglo se encargó de elaborar la vacuna antirrábica. Con la entrada del nuevo siglo inició la producción de suero antidiftérico y la preparación de vacunas; primero la antivariólica y más tarde la antitífica.

Evolución posterior

Después de mantener durante años un nivel científico y un rendimiento más que aceptables, el Laboratorio sufrió después de la guerra civil una lenta decadencia propiciada porque la lucha contra el fraude alimentario iba sufriendo un progresivo abandono durante los años de la postguerra. También porque la producción de sueros y vacunas estaba garantizada por los laboratorios farmacéuticos privados y por la pobreza de los presupuestos municipales.

  Como fruto de ello, la imagen del Laboratorio Municipal en el año 1980 se asemejaba más a la de un museo que a la propia de un laboratorio. Y así fue que sus aparatos y muebles acabaran en el Museo de Historia de la Medicina de Leioa, donde todavía pueden contemplarse.

  En el año 1981 estalló el escándalo de los “envenenamientos por aceite de colza” que influyó notablemente en la opinión pública y forzó la recuperación de las viejas prácticas de vigilancia y control de los alimentos. La corporación bilbaína acordó entonces unirlo al que venía manteniendo en el matadero de Zorroza y apostó decididamente por mejorar su dotación, habilitando el moderno Laboratorio de Salud Pública.

Juan Gondra Rezola