Bilbao gozó de una fama de ciudad limpia hasta bien entrado el siglo XIX. Sin embargo, las recomendaciones realizadas por sus médicos cada vez que era solicitada su opinión, generalmente ante la amenaza de alguna epidemia, comenzaban siempre por recomendar una limpieza de mercados, plazas y calles.

Durante muchos años la limpieza de las calles corrió a cargo del propio vecindario, al que obligaban ordenanzas municipales como esta del 12 de enero de 1509:

 Otrosy, que en cada sábado cada uno alinpie en la dicha villa la delantera de su casa e puerta, so pena de un real de plata a cada uno…

Si bien en ocasiones el Ayuntamiento ordenaba al pregonero o contrataba con algún empresario la limpieza de algún punto concreto de la Villa.

El riego de calles, tanto con el fin de limpiarlas como con el de refrescarlas en verano y combatir incendios, se conseguía mediante la colocación a modo de esclusa de una tabla, en las intersecciones con los cantones de los cinco caños de conducción de agua que corrían paralelos a las siete calles, lo que provocaba una pequeña “inundación” de las calles.

Los viajeros que dejaron su opinión sobre el Bilbao del siglo XVIII remarcaban su limpieza, pero denunciaban la suciedad de los talleres y tejavanas situados en el entorno de lo que hoy es la Plaza Nueva.

A finales del siglo XIX el rápido crecimiento de la Villa obligó a la creación de un cuerpo específico de barrenderos encargados de la limpieza de las calles, que en un principio estuvo unido al de encargados de la recogida de basuras y al de deshollinadores. Eran en general jóvenes y muy fuertes, pues pasaban en pocos años a otros puestos de empleado municipal más atractivos. Manejaban también las mangueras de agua a presión y armados de sus grandes escobas y cepillos frotaban con fuerza y destreza las aceras y calles bilbaínas.

Durante los primeros años del siglo XX el Ayuntamiento trató de mecanizar el trabajo y adquirió distintas máquinas barredoras, ninguna de las cuales obtuvo resultados satisfactorios. Los barrenderos continuaron con sus viejas herramientas hasta bien entrado el siglo. La incorporación de carros para riego, primero con tiro de caballos y, más adelante, con autocamiones, fue mucho más positiva.

En los años cincuenta del siglo XX se inició una tímida mecanización de la limpieza que llegó a ser total en los setenta. En esta última década desapareció el cuerpo de barrenderos y el servicio fue adjudicado a contratas externas.

Juan Gondra Rezola