María Fernández García era natural de Redelga de la Valduerna, provincia de León. Era hija de Francisco Fernández y Catalina García. A 16 de julio de 1937 tenía 53 años y residía en el número 15 de la calle del Carmen de Barakaldo, estaba casada con Constantino Cabello García y tenía 4 hijos. María Fernández llevaba viviendo en la localidad cerca de 50 años, trabajaba como ama de casa además de tener un puesto de verduras en la plaza de Barakaldo.

Su marido, empleado de Altos Hornos de Vizcaya, se sumó al esfuerzo bélico republicano durante la Guerra Civil realizando trincheras y acondicionando diversos campos de aviación. Su hijo, Francisco Cabello Fernández, partió voluntario al frente de combate. Ambos huyeron hacia Santander tras la conquista de Bilbao, por lo que la familia de María Fernández se había opuesto de una u otra forma a las fuerzas franquistas.

María fue detenida a las 22:00 horas del 16 de julio de 1937 en Barakaldo por dos agentes del Cuerpo de Investigación y Vigilancia. Este hecho se produjo tras la denuncia de una vecina de Barakaldo, que acusaba a María Fernández García de haberse acercado a la Cárcel de Larrinaga el 4 de enero de 1937 y haber proferido frases injuriosas contra los presos derechistas que se encontraban allí. La mujer también informó que había acudido desde Barakaldo a la Cárcel de Larrinaga enterada de que se iban a producir dichos asaltos, creemos que este hecho es incierto, ya que los asaltos no fueron premeditados con antelación, sino tras los bombardeos franquistas de la villa de Bilbao ese mismo día. El hijo de la denunciante fue asesinado ese mismo día en la misma prisión. La denuncia de esta mujer fue refrendada por otros dos hombres de Barakaldo, un padre y su hijo.

El mismo día de su detención varios agentes registraron su domicilio incautando dos placas de gramófono, una de ellas con la canción de la Marsellesa, un gorro de miliciano con una estrella de cinco puntas y un galón con dos franjas encarnadas y otra negra. María informó que esta ropa era de un soldado evadido del bando franquista al que había lavado la ropa y que había huido hacia Santander sin pasar a recogerla.

Ante los agentes de Investigación y Vigilancia María Fernández reconoció que desde mediados de 1934 estaba afiliada al sindicato Unión General de Trabajadores y que había asistido a varios mítines políticos, sin haber desempañado ningún cargo político ni sindical. Negó rotundamente que el 4 de enero se encontrase en Bilbao, desconociendo dónde se encontraba dicho edificio y manifestando que se había enterado de los asesinatos en la plaza de Barakaldo.

Un día mas tarde, el 17 de julio de 1937, fue trasladada a la Cárcel de Larrinaga, situada en el barrio de Santutxu de Bilbao.

A finales del mes de julio la Guardia Civil remitió diversa información sobre ella al juzgado, indicando que “siempre había tenido mala conducta y que no se recató nunca de manifestarse en contra de la Causa Nacional”, además de “agitadora entre las mujeres a las que manifestaba continuamente su aversión a la causa de la España Nacional”. Sobre las acusaciones recaídas contra ella manifestó que “se sabe que únicamente fue vista por la vecina de esta localidad”, por lo que sin aportar ninguna otra prueba dio veracidad a la denuncia.

El 29 de julio de 1937, otro vecino de Barakaldo que había perdido a su hijo en el mismo asalto informó de que conocía a María Fernández “desde hace muchos años y había sido siempre nacionalista”, además de “haberla visto salir de la cárcel después del asalto”. A pesar de que la acusación de nacionalista vasca no coincidía con la militancia de María Fernández y de que la única prueba de lo manifestado por el denunciante era su palabra, esta nueva acusación se unió a la anterior.

El 6 de agosto de 1937 el fiscal acusó a María Fernández de estar afiliada a la UGT, de tener un hijo voluntario en el “frente rojo”, de no haberse recatado nunca en manifestarse en contra del “Movimiento Nacional”, de tomar parte en el asalto del 4 de enero de 1937 y de haber encontrado en el registro de su casa una placa gramófono con la Internacional y otra con la Marsellesa, además de un gorro de miliciano. Bajo el prisma del fiscal, estas acusaciones constituyeron un delito de adhesión a la rebelión, solicitando para ella la pena de muerte.

El 10 de agosto fue sentenciada a pena de muerte, acusada entre otras cosas de ser una “persona de arraigado marxismo”, estar afiliada a la UGT y de “formar parte de las hordas marxistas que asaltaron la Cárcel de Larrinaga”.

El general Franco, jefe del Estado, se dio por enterado de la pena el 27 de agosto, ratificando la condena. A las 06:00 de la mañana del 9 de septiembre de 1937 María Fernández pasó por la capilla de la Cárcel de Larrinaga. Esa misma mañana fue fusilada.


Aritz Ipiña Bidaurrazaga