La iglesia de San Nicolás de Bari es una de las parroquias históricas de la villa de Bilbao y se localiza en la orilla derecha de la ría, junto al parque de El Arenal e inmediata al Casco Viejo. Por su privilegiada situación y su carácter monumental es el edificio barroco más sobresaliente de Bilbao.

En origen, sin embargo, debió de ser una humilde ermita gótica, mencionada al menos desde 1463 y levantada para prestar servicio al arrabal habitado por pescadores al que cedió su nombre. Hacia 1490, según Delmas, el templo se convirtió en la cuarta parroquia de la villa, pero apenas se conocen datos sobre este edificio. Las escasas noticias aluden a su ruinoso estado derivado de los problemas de cimentación que le acarreaban la proximidad a la ría. El aguadutxu o inundación de 1553, afectó gravemente al templo, cuya torre fue preciso demoler en 1582, reparándose la iglesia en 1611 gracias a la financiación del comerciante Juan de Bengoechea, quien obtuvo a cambio autorización para sepultarse en su interior.

Hacia 1740, su situación de nuevo era preocupante: la sacristía y la torre amenazaban con desplomarse e incluso la iglesia precisaba reparaciones, de manera que fue necesario cerrarla al culto, y se planteó una renovación integral que solucionara sus problemas de forma definitiva. Convocado un concurso en 1743, el arquitecto guipuzcoano Ignacio de Ibero fue encomendado para elegir el proyecto ganador, pero al no encontrar ninguno satisfactorio presentó sus propios planos, procediéndose a derribar la antigua iglesia aquel mismo año.

El proceso de construcción, como la propia adjudicación de las obras, fue largo y complejo. Aunque el contrato firmado en octubre de 1743 entre los maestros Juan de Urigüen y Juan Antonio de Elguero junto a otros nueve canteros preveía su finalización para 1749, las obras no concluyeron hasta el 11 de agosto de 1756, fecha de su inauguración. Además se superó el doble del coste inicial, pues el proyecto de Ibero conoció diversas modificaciones que afectaron al número y emplazamiento de las torres, la apertura de los óculos del tambor de la cúpula o el añadido de la espadaña de la fachada principal.

En 1881 se añadieron al templo el comulgatorio y la casa cural, diseñados por Julio Saracibar, y finalmente en 1906 la sacristía fue ampliada por José María Basterra.

Desde los diseños de Ibero la iglesia se concibió como un espacio de planta centralizada, un gran círculo inscrito en un cuadrado en el  que destacan el presbiterio y el acceso principal alineados en un eje y dos entradas laterales, dispuestas en otro eje, perpendicular al primero. En los ángulos del cuadrado, se abren cuatro exedras que acogen sendos retablos, enlazadas entre sí por las dos tribunas laterales y el coro que sobrevuelan sobre las tres puertas. Un tambor octogonal en el que se disponen cuatro ventanales cerrados por vidrieras sirve de apoyo a una cúpula perforada por óculos, oculta al exterior bajo la cubierta.

La fachada principal es una pantalla apaisada que no desvela el planteamiento interior. Se corona por una balaustrada y dos torres laterales, destacando el eje de la entrada mediante una espadaña que solo a medias disimula el volumen dominante del tambor. Sobre la puerta luce un tímpano de bronce, obra de Josep Llimona, que representa al titular del templo rodeado de pescadores, de fines del siglo XIX, como el escudo del concejo dispuesto sobre él.

La monumentalidad de su exterior se corresponde en el interior con un excepcional conjunto de cinco retablos de estilo rococó, diseñados en 1752 por el arquitecto Diego Martínez de Arce y construidos por Juan de Aguirre y Juan de Iturburu. Acogen tallas y relieves creados por uno de los mejores escultores de mediados del siglo XVIII: Juan Pascual de Mena. De la profesionalidad de este artista, que llegará a dirigir la academia de Bellas Artes de San Fernando, da idea el hecho de que al recibir el encargo del consistorio decidió establecer su taller a Bilbao donde residió hasta 1756, para evitar un traslado que hubiese podido dañar las obras.

Partiendo del retablo mayor, en el sentido de las agujas del reloj, se suceden los dedicados a los Santos Crispín y Crispiniano, San Lázaro, San Blas y La Piedad, siendo estas dos las tallas más veneradas por los bilbaínos, aunque todas ellas son de magnífica factura.

El templo aún cuenta con otras obras significativas: un lienzo de la Virgen de Guadalupe, en la capilla de su advocación que se abre a la derecha de la puerta mayor,  donde también se encuentra un hermoso relieve de La Visitación, ambos del siglo XVIII. De esta misma época es la popular imagen de San Judas Tadeo a la que aún dirigen sus peticiones muchos bilbaínos localizada junto al acceso del lado del evangelio, a la izquierda según miramos al altar mayor.


Jesús Muñiz Petralanda