Hubo un proyecto de rascacielos bancario que en los años sesenta impactó en la fisonomía urbana bilbaína de manera extraordinaria. El Banco de Vizcaya irrumpió para provocar una ruptura en la realidad arquitectónica decimonónica del Ensanche. Se trataba del proyecto de un edificio que tenía que ser capaz de personificar los modernos ideales de una de las más potentes entidades financieras españolas: el Banco de Vizcaya. Para ello los banqueros bilbaínos pretendieron una arquitectura que respondía a sus anhelos políticos económicos y que se encontraban en Manhattan. Este proyecto de los arquitectos José Luis Casanueva y Jaime Torres –ambos arquitectos de la Delegación de Hacienda- plantearon una propuesta que resultó la ganadora con aquella disposición de volúmenes siguiendo aquellas corrientes vigentes de la arquitectura estadounidense. Una vez ganado el concurso, viajaron a Nueva York, junto al arquitecto José Chapa y varios miembros más del banco y vislumbraron varios de los proyectos más interesantes de edificios financieros en Nueva York la capital económica de los Estados Unidos. Expresaron estos técnicos desde diferentes medios de comunicación locales que con ese viaje quisieron comparar las ideas que tenían con las realizaciones estadounidenses más destacadas. Visitaron las entidades más modernas de Manhattan estudiando sus estructuras y funcionalidad además de su estética y sentido urbanístico. Las obras del nuevo banco empezarían en el año 1964 y se realizaron en dos fases. Se construiría un edificio de trece plantas, sobre una estructura metálica recubierta de hormigón, siendo la fachada en planta baja de cristal, buscando que fuera como un gran escaparate de la villa.

 Un demostración más de las grandes expectativas que habían depositado estos financieros e industriales en ese edificio, con el propósito de configurarse en el espejo en el que reflejarse aquel nuevo y moderno Bilbao, tratando de emular los mismos ideales que personificaba el Nueva York financiero, a través de los proyectos que habían estudiado como el del edificio Seagram de Mies van der Rohe, Johnson, Kahn y Jacobs, el de la Lever House de Gordon Bunsahft, o el edificio del Chase Manhattan Bank de Skidmore, Owings y Merril, el más análogo por su estética y su simbología al proyecto del Banco de Vizcaya.

 No obstante este edificio supuso algo más dado que cuando se concedió el premio Pedro Asúa sustentado por el COAVN en Bizkaia en el año 1970, este quedó desierto por el bajo nivel arquitectónico de las obras presentadas, lo que evidenció el reflejo de un tiempo constructivo cuando menos nada destacable. Más si tenemos en cuenta que el jurado estuvo compuesto por arquitectos de la talla de Antonio Fernández Alba, Rafael Moneo, los bilbainos Jesús Aldama, Rufino Basañez y Juan Madariaga además del sociólogo Mario Gaviria y el periodista Rafael Ossa. Se dieron menciones a tres proyectos, entre ellos, al Banco de Vizcaya. El premio lo declararon desierto a fin de mantener el prestigio y la dificultad en obtenerlo. Después de hacerse pública la decisión del jurado, se dio una sesión crítica de las obras que compitieron y seguido hubo un coloquio. No obstante, se ejerció algo que no era nada corriente entre los arquitectos bilbaínos, pero saludable: la crítica pública de cuanto se había hecho, de la puntualización del nivel que se tenía y finalmente el declarar desierto el premio por la insatisfacción de lo que vio el jurado. Los temas tan trascendentales como la crítica a la brusca mutación que había producido el Banco de Vizcaya en la Gran Vía, se produjo una invectiva contra la arquitectura que se implantaba y que venía de fuera, en este caso de los Estados Unidos, y en cambio la regional, la que encajaba en la tierra y en el gusto de los vascos, no tenía lugar.  

 

Luis Bilbao