El 12 de marzo de 1902, doce intelectuales bilbaínos crearon el Club de los Doce en el primer proscenio del Teatro Arriaga. Se trató de una sociedad de carácter cultural, enfocada especialmente al teatro, cuyo primer presidente fue Federico Victoria de Lecea.

La cuota de entrada eran ciento doce pesetas, mientras que la contribución anual, destinada al pago de los abonos, eran doce pesetas. El segundo de los doce artículos de su reglamento prohibía la entrada en el palco a todo aquel que no fuera abonado, excepto si venía acompañado de alguno de los socios. Por su parte, el quinto estipulada que el socio que quisiera dejar de serlo debía avisar con doce días de antelación con el fin de poder cubrir su vacante. Aunque lo cierto es que no era fácil formar parte del Club. Además de esperar a que hubiera un hueco había que conseguir el beneplácito de todos los miembros del grupo.

Tras el primer año tuvieron que abandonar el primer palco porque sus dueños quisieron recuperarlo. Después de diferentes luchas internas, Luis Amézaga –uno de los socios originales– compró el proscenio número dos a los Herederos de la Viuda de Epalza por 3.000 pesetas. Lo celebraron en el Café Suizo donde decidieron dotar a su nuevo palco con diván, escupideras, paragüero y felpudo para hacerlo más hogareño.

Hasta 1913 disfrutó este grupo fascinado con el número doce, del talento de numerosos artistas y famosas Compañías de teatro.


Ale Ibarra Aguirregabiria