El hotel se emplaza en un antiguo edificio industrial (imprenta) que había sufrido diversas intervenciones, en la Alameda de Mazarredo 61. El proyecto debía dar respuesta a varios condicionantes: su situación frente al Museo Guggenheim, el uso anterior del edificio, sus condiciones estructurales, su situación entre medianeras y sus fachadas opuestas.

La respuesta arquitectónica dada por el estudio de arquitectura IA+B se plantea con la humildad suficiente frente al entorno, el museo y la arquitectura del Ensanche, pero sin renunciar a una personalidad propia marcada por el nuevo uso y por la voluntad de aportar sin competir, a través de sus espacios, sus materiales y sus acabados. 

El hotel se desarrolla sobre una planta de forma irregular, con dos frentes de fachada opuestos, uno a la calle Lersundi y otro a la Alameda Mazarredo. La profundidad del edificio obligó a generar un patio de luz hacia el cual se abren algunas habitaciones. El patio, convertido en atrio, es el elemento fundamental que organiza el conjunto.

En la planta baja se ubican los accesos desde ambas calles, el atrio, la recepción, el lobby, el restaurante, el bar-cafetería y zonas de estancia. En la planta primera se sitúan los salones, salas de reuniones, el “business center”, oficinas del hotel y zonas de estar y lectura. Las plantas superiores albergan las habitaciones y suites.

La intervención del diseñador Xavier Mariscal, en colaboración con el decorador Fernando Salas, aporta al hotel singularidad y dinamismo. En el exterior propone diferenciar las fachadas, respondiendo a su orientación. Así en la fachada hacia el Museo Guggenheim opta por reflejar su entorno con imágenes discontinuas y cambiantes a través de pequeños muros cortina de vidrio con diferentes ángulos. La fachada opuesta responde a un esquema tradicional en diálogo con el tejido urbano circundante.

Interiormente propone un paseo por los estilos del diseño del siglo XX. Mariscal introduce en el atrio un ciprés de piedra de 26 metros de altura, que complementa el espacio y se convierte en un icono. 

Francisco J. García de la Torre y Bernardo I. García de la Torre