Veinte años después de su primera visita, el Cólera Morbo volvió a aparecer en Bilbao. Aunque tanto la reacción de la ciudad como el propio acontecer de la epidemia tuvieron similitudes con la anterior, son notables las diferencias que podemos encontrar entre estas dos visitas.

En primer lugar, esta segunda epidemia se desarrolló a lo largo de dos brotes separados entre sí por casi seis meses libres de enfermedad: el que fue llamado “Cólera de los sesenta días”, a finales del año de 1854, y el que recibió al apelativo de “Cólera de los cien días”, en el verano de 1855.

En segundo lugar, habían cambiado notablemente las condiciones en las que se encontraba Bilbao, pues había afrontado notables mejoras en sus condiciones higiénicas en materia de abastecimiento de aguas y de alimentos. Además, ahora no estaba envuelta en una guerra civil y rodeada por un ejército hostil.  Sin embargo si afrontaba una crisis económica motivada por la coyuntura europea a raíz de la guerra de Crimea, que había favorecido el incremento de las exportaciones españolas y el subsiguiente aumento de los precios. Al finalizar el verano se hizo palpable la escasez de trigo en Bilbao por lo que el vecindario estaba indignado y llegó hasta amotinarse  en noviembre de 1854, el célebre “Motín del Pan”.

Una tercera diferencia, fruto quizás de las anteriores: en esta segunda visita, la enfermedad fue menos “democrática” y más selectiva que en la primera, pues atacó en mayor medida a las clases menos pudientes y a los barrios más necesitados. No nos encontramos todavía ante una verdadera “enfermedad de los pobres” como lo fue la epidemia del año 1893, pero se iba acercando a ese modelo.

En el primero de los brotes solamente se vieron afectados los barrios de Bilbao la Vieja y Atxuri, pertenecientes a las parroquias de San Antonio Abad y a las anteiglesias de Begoña y San Vicente Mártir de Abando, lugares en los que residía la población de menores recursos y en el segundo brote, aunque resultó afectada toda la Villa, la mortalidad por cólera fue mayor en aquellas mismas zonas. Parece razonable aceptar que fuera el agua de consumo la responsable del contagio simultáneo de decenas o centenares de personas durante el clímax de esta epidemia, aunque el riego de contaminación fuera mucho mayor en el caso del agua del río.

Juan Gondra Rezola