Servicio municipal orientado a la protección y promoción de la salud en las escuelas públicas de Bilbao. Inició su actividad con el nombramiento de un médico inspector y tras importantes remodelaciones en 1920, 1931 y 1983, continuó funcionando hasta que fue suprimido en el año 2013.

A finales del siglo XIX  Bilbao estaba profundamente preocupado por la elevada mortalidad infantil que sufría. Una de las soluciones propuestas fue la de prestar atención a las escuelas copiando lo realizado en varias ciudades europeas. Se nombró un médico inspector que articuló su atención en una triple vertiente:

·         Realizar un reconocimiento médico previo a su ingreso en la escuela a todos los niños. Cosa que fue encomendada a los ocho médicos municipales de distrito.

·         Aislar en sus domicilios a los niños que sufrieran enfermedades contagiosas. Función a cargo del nuevo médico inspector.

·         Revisar el estado de todos los centros de enseñanza y acometer la reparación de las condiciones perjudiciales para la salud encontradas. Este fue el primer trabajo realizado por el médico inspector, que culminó con un informe exhaustivo presentado en enero de 1889.

No se obtuvieron los resultados esperados porque los médicos de distrito no realizaban adecuadamente los reconocimientos y porque no hubo presupuesto suficiente para las reformas escolares propuestas.

A comienzos del siglo XX hubo un médico inspector, José Feliciano Hermosa, cuyo interés por la salud escolar le había llevado a realizar su tesis doctoral sobre ella. Se mantuvo varios años en el cargo y consiguió que el Ayuntamiento trasformara la antigua inspección en un nuevo servicio de salud escolar compuesto por tres médicos y personal auxiliar. Nació así en 1920 la “Inspección Médica Escolar”.

En pocos años pusieron en marcha reformas que mejoraron de forma notable la higiene escolar:

·         Confección de una cartilla sanitaria para cada escolar, que comenzaba con un reconocimiento médico a su ingreso, y en la que se anotaban todas las incidencias ocurridas durante su escolarización, así como la evolución de su talla y peso.

·         Reconocimiento a los niños que volvían a la escuela  después de enfermar y faltar a clase más de diez días.

·         Adoptar medidas preventivas en caso de aparición de enfermedades infecciosas entre alumnado y/o profesorado. Llevar control de las bajas por enfermedad ocurridas en cada escuela.

·         Visita quincenal a cada una de las escuelas para comprobar las condiciones de salubridad e higiene. Visita especial antes de comenzar el curso y al finalizar el mismo. Con motivo de esta última debían informar por escrito acerca de los defectos que se debían subsanar durante las vacaciones de verano.

·         Vigilancia y propuestas de reforma de los menús de las cantinas escolares; así como el control de la evolución del peso y talla del alumnado asistente, cuyo número subió desde tres centenares en 1919 a más de cinco mil en 1935.

·         Creación de las duchas escolares en 1920.

·         Selección de los niños que debían acudir a las cantinas escolares, a las colonias de mar y de montaña, a duchas públicas, y a gimnasia médica, considerando a esta última como específica para corregir de defectos del aparato locomotor, columna vertebral, y con menos riesgo de causar lesiones que la gimnasia normal.

·         Programas anuales de educación sanitaria dirigidos a padres y profesorado.

Tras la anexión de Deusto y Begoña, fue necesario incrementar a cinco el número de médicos. Pero Hermosa no estaba satisfecho y estimaba completamente necesaria la incorporación de médicos especialistas y enfermeras visitadoras. Al negarse el alcalde Federico Moyua a estas pretensiones, presentó su dimisión y fue sustituido. Con la llegada de la República, regresó a la jefatura y consiguió la contratación de un cuadro de especialistas que incrementaron la eficacia de la IME, pues a los trabajos anteriores se añadieron los realizados por estos:

·         El neuropsiquiatra, César A. Figuerido, examinaba a los “anormales” y trataba de resolver su situación escolar. Obtuvo magníficos resultados en el diagnóstico y tratamiento de los epilépticos. Insistió sin éxito en la necesidad de una escuela para “anormales”.

·         El Otorrinolaringólogo, Pablo López de Argumedo, trató numerosas otitis medias, como prevención de la sordera. Operó en el consultorio más de cien amígdalas cada año, dentro de la prevención de Reumatismo Poliarticular Agudo y nefritis.

·         El especialista en Ortopedia, Álvaro Figuerido, trató las escoliosis incipientes y numerosos trastornos del pie.

·         El odontólogo, Víctor Nabor Pardo Musatadi limitó su actuación a extracción de piezas y tratamiento de infecciones.

·         El oftalmólogo, Severino Achucarro, logró identificar precozmente los trastornos de la agudeza visual y su corrección mediante lentes graduadas. Suministradas por el Ayuntamiento a los que carecían de medios para comprarlas. Trató también con éxito infecciones crónicas que podían llevar a la ceguera.

La llegada de la Guerra Civil supuso un parón tremendo en su actividad, ya que la IME de la posguerra tuvo que luchar no sólo contra una gran carencia de medios, sino con el espíritu autoritario que invadió el mundo de la enseñanza y cortó en seco todas las iniciativas de intervención social. Aunque el esquema organizativo de la IME en el año 1940 seguía siendo el mismo que en 1931, las circunstancias por las que atravesaba la escuela bilbaína habían cambiado notablemente.

Por una parte, la escasez de medios que afectaba a toda la sociedad dificultaba el mantenimiento de las colonias escolares, las cantinas, las duchas, el suministro de fármacos a los epilépticos o gafas graduadas a los miopes. Por otra, el profesorado más partidario de las reformas higiénicas había sido apartado y sustituido por otro, afín a la dictadura, con el que era mucho más difícil colaborar. Solamente se mantuvo el programa de suministro de aceite de hígado de bacalao.

Poco a poco, fue saliendo la escuela del marasmo de la posguerra. Las colonias de Pedernales y Laguardia reabrieron sus puertas; se habilitó la Semicolonia de Artxanda, donde pasaban las tardes de verano cerca de mil niños. Los comedores que habían sido asumidos por Auxilio Social, volvieron a manos municipales y, ya en los años sesenta, el hambre que había sido el principal problema en los años anteriores, había sido superado.

La decadencia vino entonces, durante las décadas de los sesenta y los setenta, de mano de la propia estructura de la IME, adaptada a la sociedad del hambre, pero no preparada para combatir los problemas de salud de la sociedad desarrollada que estaba naciendo. Pero el primer ayuntamiento democrático tras la caída de la dictadura implantó una reforma que proporcionó una segunda juventud a la IME.

Por iniciativa de los concejales-médicos Santiago Brouard y Pedro López Merino, un equipo compuesto por seis médicos, seis diplomados en enfermería, dos psicólogos y un administrativo, dirigidos por el pediatra Javier Santolaya, desarrollaron estos cambios:

·         Se potenciaron notablemente las actividades de promoción de la salud.

·         Se abandonaron las prácticas asistenciales, ahora en manos de la Seguridad Social, primero, y de Osakidetza, después.

·         Los comedores escolares dejaron de ser un recurso contra el hambre y pasaron a ser una herramienta para fomentar una dieta saludable.

·         Se prestó especial atención al seguimiento de los niños en situación de riesgo para su salud. Bien por enfermedad, bien por problemas sociales.

·         Se desarrollaron programas de detección precoz y seguimiento posterior de los defectos de agudeza visual o auditiva. También de los trastornos de la columna vertebral y del pie.

Pero los cambios del marco legislativo habían traspasado todas las antiguas competencias municipales a la Comunidad Autónoma y el Ayuntamiento decidió suprimir este servicio en 2013. Detrás quedaba más de un siglo de buen hacer en pro de la salud de Bilbao.

Juan Gondra Rezola