Una de las escasas riquezas naturales con las que ha contado Bizkaia, fue su mineral de hierro, explotado ya desde tiempos de los romanos en la zona de Triano.

Este mineral, además de su calidad, contaba con la ventaja de poder ser explotado de forma muy sencilla, así que durante la Edad Media y la Edad Moderna se sucedieron las explotaciones de mineral, localizadas en la zona de Triano siempre, mediante simples zanjas.

La anárquica explotación del mineral fue regulada en el siglo XIX, cuando comenzó la expropiación del suelo por el Estado, mediante sucesivas leyes de minas: Ley General de Minas de 1825, Reglamento Minero de 1827,  Ley de 1849, Ley de Minas de 1859 o Decreto-Ley de 9 de diciembre de 1868.En estas sucesivas leyes se fueron aumentando el tamaño y el número de concesiones contiguas que particulares o empresas podían tener. De esta forma se fueron ampliando las superficies de las minas con una mejor organización y una mayor inversión en instalaciones que ahora sí eran privadas.

Durante la primera mitad del siglo XIX el centro de la explotación minera vizcaína era la zona de Triano, siendo muy marginal la explotación en la zona de Ollargan. En esta zona, aunque no se explotó de forma inmediata, sí se conocía la presencia de hierro cuando al hacer las obras del Camino a Pancorbo, a mediados del siglo XVIII, se tuvo que hacer un desmonte en el Boquete, donde aparecieron multitud de vetas de mineral, en forma de raíz de árbol, de entre una pulgada, una braza e incluso más de espesor.

Entre la primera y la segunda Guerra Carlista, además de reorganizarse la explotación minera, se pusieron las bases para su posterior desarrollo. Se comenzaron a explotar las minas de las cercanías de Bilbao (Ollargan) y luego, tras la Guerra, las de la zona de Miraflores hacia Santutxu y Ollerías (Minas San Luis, del Morro,María la Chica , Josefa y Gustavo), en Larraskitu y Bilbao la Vieja.

A medida que los criaderos de mineral más rico se iban empobreciendo se tuvieron que explotar clases inferiores, que antes se apartaban como escombros, para lo que se tuvieron que construir lavaderos y hornos de calcinación y así  aprovechar los carbonatos de hierro y los minerales arcillosos, lo que significó nuevas inversiones. El primer horno de calcinación lo construyó la Luchana Mining en 1889 y a fines de siglo había ya 33.

Desde comienzos del siglo XX la producción, poco a poco fue descendiendo, además de por el empobrecimiento de los criaderos, debido a su intensa explotación, por la aparición de nuevas tecnologías siderúrgicas en la obtención directa del acero sin requerir minerales de hierro no fosforosos.

Tras la Primera Guerra Mundial el sector entró en crisis debido a los mayores costes de explotación, puesto que los minerales más ricos ya habían sido aprovechados y cada vez se producían más cantidades de carbonatos y lavados, pero también porque la demanda exterior se trasladó a otras partes, como al Norte de África,

Desde el máximo de producción, de más de 6.000 toneladas, el sector no hizo más que perder importancia debido a variados factores: progresivo empobrecimiento de los yacimientos, dificultades crecientes a la mecanización debido a la reducida extensión de las minas, y, ya en la posguerra civil, crecientes dificultades a la exportación.

Tras el fin de la Guerra Civil, si bien en los años inmediatos por las necesidades bélicas la producción aumentó, desde 1941 la producción se mantuvo estable, pero con creciente problemas. Las minas productivas en Bizkaia pasaron de 50 en 1939 a 31 en 1943, con igual reducción de obreros empleados, de 5.897 a 2.795.

Paulatinamente, las minas y los ferrocarriles mineros, que habían sido un sello de identidad de la economía provincial, se vieron abocados al cierre o a su adaptación. Con unos elevados costes productivos por su pequeña extensión, con minerales en calidades decrecientes, algunas subsistieron hasta hace relativamente poco tiempo, como la mina San Pedro, en Ollargan, explotada sin solución de continuidad entre 1847 y 1970, pero finalmente en 1993 se cerró la última, la de Agruminsa en Trápaga.

Eduardo J. Alonso Olea