Estación terminal de ferrocarril ubicada en la calle Bailen, 1-3, también conocida como la Naja, erigida entre febrero de 1940 y 1945 por el arquitecto Manuel I. Galíndez para la S.A. Olaveaga, filial de la compañía del Ferrocarril de Bilbao a Portugalete que inició su explotación en 1888.

Tras la Guerra Civil la antigua estación del ferrocarril de Bilbao a Portugalete proyectada por el ingeniero Pablo de Alzola quedó destruida. Ya que durante la guerra se destruyeron todos los puentes que cruzaban la ría del Nervión, también el del Arenal, en cuyas inmediaciones estaba la estación.  

A partir de 1938, se comenzó la reconstrucción de los puentes de Bilbao desde la Oficina Técnica Municipal de Puentes Fijos. La oficina estaba compuesta por los ingenieros José Entrecanles, René Petit Ory, José Juan Arancil y el arquitecto Manuel I. Galíndez y contó con la financiación del Estado.  

La reconstrucción del puente del Arenal afectaba a la estación de Olabeaga o La Naja, que era una de las entradas a la ciudad más transitadas, al unir la margen izquierda del Nervión con la Villa. Además ocupaba una ubicación destacada que era visible desde diferentes puntos de la ciudad y estaba ocupada por dos edificios significativos: la Estación de la Concordia y la sede de la Sociedad Bilbaína. Por eso cuando en 1939 se inició la reconstrucción del puente del Arenal, la oficina municipal propuso a la S.A. Olavega reformar el entorno urbano de la estación. 

La compañía, siguiendo la propuesta municipal, proyectó una estación subterránea que quedaría cubierta por una plaza de 95 metros de longitud. La plaza configuraría un espacio libre que daría una mayor presencia visual a los dos edificios emblemáticos de la ciudad que allí se ubicaban. La plaza se cerraría con un nuevo edificio, las oficinas de la compañía ferroviaria y el primer rascacielos de Bilbao.

El edificio en altura se justificó por la amplitud del espacio y la perspectiva que quedaba libre frente a él. El consistorio aceptó la propuesta a cambio de 75.000 pesetas por el exceso de altura admitido, e impuso la condición de erigir un inmueble de materiales nobles y de carácter artístico y monumental que estuviese en consonancia con los edificios vecinos.   

La propuesta comenzó con la construcción de la plaza anexa al puente del Arenal. Existe una continuidad visual y estética entre el puente y la plaza bajo la que se ubicó la estación. En ambos casos se optó por arcadas de líneas modernas propias del racionalismo.

Las arcadas continuaron en el edificio de la estación, en este caso según una estética más conservadora. El inmueble se articuló en torno a dos cuerpos de diferente forma y altura. El cuerpo de ingreso se erigía sobre parte de la estación y tenía acceso desde la plaza. Su organización se realizó en torno a una planta cuadrangular y contaba con diez pisos de altura y un torreón con dos pisos más ligeramente retranqueados. El cuerpo anexo era un antiguo inmueble propiedad de la compañía que se remodeló por completo. Presentaba menor altura y estaba en consonancia con las edificaciones cercanas. Su planta era rectangular y se adaptaba al transcurso de la ría, por lo que se iba alabeando de manera paulatina.

Siguiendo las sugerencias de monumentalidad del consistorio municipal, la estructura de hormigón armado del bloque se recubrió con piedra caliza en el zócalo y piedra artificial en el resto de la fachada. En la fachada del rascacielos se añadieron elementos decorativos como bolas y pináculos que recuerdan a la arquitectura imperial de El Escorial, que junto con otros elementos, fue la arquitectura que se recuperó en los años de posguerra por parte de la cultura oficial del régimen dictatorial.

En el interior del edificio las plantas se dividieron en diferentes oficinas con la excepción del piso sexto. En él se habilitaron dos viviendas, una para el portero y otra para el director gerente de la empresa. La planta baja y el semisótano se reservaron para la compañía, mientras que el resto se pensaron para ser alquiladas. La distribución general en planta se organizó en torno a un pasillo central que daba acceso a los trece departamentos que había en cada piso con ventanas a la ría y a la plaza. Por otra parte, los servicios sanitarios, la escalera y los ascensores se ubicaron en la orientación menos favorable que daba a la calle Bailén.

La estación está cerrada desde el año 1999, desde que la línea ferroviaria que unía Portugalete con Bilbao se desmanteló para destinarla a uso peatonal. 

 


Francisco Javier Muñoz Fernández