Horacio Echevarrieta Maruri nació el 15 de septiembre de 1870 en Bilbao, y falleció el 21 de mayo de 1963 en su finca “Munoa” de Barakaldo. Era hijo de Cosme Echevarrieta Lascurain, el líder histórico del republicanismo bilbaíno.

Realizó sus estudios en el Instituto vizcaíno entre los cursos de 1882 y 1886, completando su formación participando en algunas de las iniciativas empresariales promovidas por su padre para adquirir experiencia en los negocios.

Horacio heredó a la muerte de su padre en 1903 el liderazgo de la comunidad de bienes Echevarrieta y Larrínaga y un patrimonio económico y empresarial que era considerado una de las mayores fortunas de toda Vizcaya, que sin embargo él consiguió incrementar en forma muy notable.

Desde la toma de posesión de Horacio de la comunidad de bienes, la Casa Echevarrieta y Larrínaga se expandió y diversificó con la incursión en los negocios navieros, hidroeléctricos, cementeros e inmobiliarios.

Adquirió una flota de vapores que durante la Primera Guerra Mundial le reportó cuantiosos beneficios abasteciento de hierro al Reino Unido.

En cuanto al sector hidroeléctrico, en 1907 adquirió la sociedad “Saltos del Ter”, con el objetivo de abastecer tanto a la industria como a la población de Barcelona.

La incursión en la industria cementera se produjo en 1911. Fue ésta una inversión de futuro puesto que su empresa abastecería a Echevarrieta para sus negocios inmobiliarios en la capital de España.

Por último, en 1915 la casa “Echevarrieta y Larrínaga” comenzó a construir edificios en los terrenos del Ensanche de Bilbao que Cosme había ido adquiriendo a finales del siglo XIX.

El período entre 1918 y 1930 supone la edad dorada de la casa “Echevarrieta y Larrínaga”; en él, los beneficios obtenidos con la venta de los vapores fueron invertidos en la expansión de su actividad empresarial a nuevos negocios repartidos por distintos puntos de la geografía española. El empresario en estos 13 años dirigió su mirada hacia cuatro iniciativas concretas, la extracción de minerales, el mercado inmobiliario de Madrid, la industria hidroeléctrica y la construcción naval.

Así, obtuvo unos enormes beneficios con la urbanización de la Gran Vía madrileña, participó en la construcción del metro de Barcelona, cofundó la empresa “Saltos del Duero”, embrión de la actual Iberdrola y adquirió la factoría Astilleros de Cádiz, entre otras iniciativas.

La llegada de la II República constituyó, paradojicamente, el inicipo del declive de la comunidad de bienes, pues la empresa careció de liquidez para responder a los créditos que se le habían concedido. Horacio tuvo que deshacerse poco a poco de sus empresas y sus activos en la década de los treinta, como la Portland, Saltos del Duero, Catalana de Gas, o sus negocios mineros.

Durante la Guerra Civil, Echevarrieta no salió de Madrid, y tras la victoria franquista su factoría gaditana y sus propiedades inmobiliarias le fueron devueltas. La factoría gaditana fue desde entonces el único negocio que le quedó a la Casa. En 1952 el INI tomó posesión de los astilleros, entregando a Echevarrieta una participación en la nueva empresa “Astilleros de Cádiz S.A.”; participación que cedió al Banco de Santander cuatro años después.

El 21 de mayo de 1963 Horacio Echevarrieta falleció a la edad de 92 años, dejando a sus hijos únicamente el producto de la venta de la factoría al Banco Santander, y las propiedades inmobiliarias de Baracaldo, Algorta, Madrid y Málaga.

En el plano puramente político, Horacio también heredó de su padre Cosme, el líder histórico del republicanismo bilbaíno, la ideología republicana.

Horacio apareció por primera vez en primera línea política en 1910 para convertirse en Diputado a Cortes por Bilbao, cargo que renovaría en 1914 y 1916. A partir de esa fecha, y hasta su retirada de la política en 1917, ocupó varios cargos tanto en las directivas de la Unión Republicana como en las del Partido Republicano Autónomo, sin llegar nunca a convertirse en presidente de ninguna de ellas.

Si bien su posición como hijo del líder histórico del republicanismo local le permitió tener una inmejorable posición para convertirse en el rector de los destinos del partido republicano, Horacio nunca llegó a tener la iniciativa política de su padre. Es cierto que entre 1910 y 1917 se convirtió en una de las voces más autorizadas del republicanismo vizcaíno dada su condición de Diputado, pero su influencia estuvo muy lejos de convertirse en incontestable, y su talla política estaba pareja a la de otros líderes republicanos bilbaínos del momento como Vicente Fatrás o Mariano Tejero.

Su retirada de la política se produjo tras la huelga revolucionaria de 1917, de la que parece ser que estuvo al margen pero en la que se vio implicado dado su carácter de cabeza del republicanismo provincial, dejó a éste en crisis y huérfano de líder alguno que pudiera competir con la figura de Indalecio Prieto en la candidatura a Cortes por la Conjunción Republicano-Socialista en el distrito de Bilbao. El 22 de agosto de 1917 dimitió de sus cargos de Diputado a Cortes y de Presidente de la Cámara de Comercio de Bilbao.

Jon Penche González