El hotel, un edificio entre medianeras en la Alameda de Mazarredo 77, abre sus vistas de la fachada principal hacia un nuevo espacio, Abandoibarra, recuperado para la ciudad, con el telón de fondo del monte Artxanda. Esta ubicación provoca la necesidad de diálogo entre el edificio y el nuevo espacio frente a la ría.

Según proyecto de la arquitecta Carmen Abad, se rehabilita un antiguo edificio, que había tenido un uso previo de maternidad y escuela de música, para un nuevo programa de hotel urbano de cincuenta habitaciones, inaugurado en 2003.

La intención es dar cobijo a un huésped que, saturado de información, pueda disfrutar en su estancia de un lugar de reposo y sosiego. Para ello, y con mínimos recursos formales, se consigue la fluidez visual de las estancias.

Se refuerza la estructura para  construir un nuevo sótano así como las plantas séptima y octava. Se construye una nueva fachada que se ajusta a la volumetría permitida. La comunicación vertical se establece mediante un núcleo central de escalera y ascensores más una escalera de servicio.

Uno de los objetivos del programa es la estricta separación entre zona de servicio y zona pública, lo que se consigue con la disposición del núcleo de ascensores.

Las 50 habitaciones se distribuyen con 8 por planta (de la 2ª a la 6ª); 6 en planta 7ª (3 semi-suites en fachada); 4  en planta 8ª (2 suites en fachada).

En la primera planta, en torno a un doble espacio, se colocan los lugares privados: comedor de desayunos, salón, biblioteca y salas de reuniones. En la planta baja, la recepción y el bar. Y en el sótano, los servicios comunes. 

Se desarrolla una nueva tipología de habitación, con el acceso a través del baño partido. Mediante una cortina, todo puede estar a la vista dejando fluir el espacio y la luz, o todo puede desaparecer dando lugar a un espacio que permite el descanso visual y espiritual.

El mobiliario fijo se ha concebido como parte integrada de la intervención arquitectónica. Los pasillos, espacios de tránsito, se convierten en contenedores escultóricos que acogen dos piezas enfrentadas. 

El plano de fachada, en piedra natural blanca, actúa como marco. La visión diurna es un mirador oscuro sobre un fondo blanco. La visión nocturna pasa a ser su negativo, el mirador brilla como una gran lámpara sobre la continuidad opaca del resto de las fachadas.

Francisco J. García de la Torre y Bernardo I. García de la Torre