La presencia de mujeres que ayudan a otras durante el parto es habitual en todas las culturas, desde las más primitivas hasta las más avanzadas, y Bilbao no ha sido una excepción, aunque sea leve el rastro que nos han dejado.

Sabemos que allá por el siglo XVI, las parteras estaban exentas de algunos tributos. Así, en la fogueración (censo de viviendas con fines impositivos) del año 1514 consta que, en Bilbao, estaban excluidas del impuesto las fogueras de clérigos, carceleros, e pregonero e partera e otras personas privadas.

Años después, el 26 de febrero de 1691, encontramos que la corporación contrata a Gracia Ramírez para que ejerza de partera durante cuatro años. En 1723, la que firma un contrato de obligación es Juana María Romero, matrona. Tienen por obligación “acudir con diligencia cuando fuera llamadas para atender partos sin cobrar otra cosa que el voluntario estipendio que se acostumbra a dar”.

Pero esta figura de la comadrona contratada no fue constante y la corporación decidió suprimirla cuando la asistencia a los partos complicados quedó encomendada al cirujano latino Jean d’Argain. A su vera se formó una escuela de cirujanos romancistas comachones, que perduró hasta finales del siglo XIX y cuyo representante más famoso en Bilbao fue Francisco Asua Orue (Bilbao 1800-1871).

Pero subsistían aún las comadronas sin titulación alguna, que atendían a los partos de las clases más humildes. A finales del siglo XVIII el médico Joseph Santiago Ruiz de Luzuriaga denunció los errores que cometían y propuso la creación de una escuela para su formación.

A finales del siglo XIX, la Diputación creó la Casa de Maternidad, que contó con una escuela de matronas y prestaba asistencia a los partos hospitalarios. Para ingresar en su escuela era preciso tener la titulación de practicante o de enfermera, y de ella salieron una pléyade de profesionales que elevaron el nivel de la profesión, tanto en la asistencia al parto domiciliaria como en clínicas privadas. El Ayuntamiento bilbaíno nombró matronas municipales en 1928 a Juliana Madrazo Arrien y a Patricia Laiseca Larramendi, quienes atendían a los partos domiciliarios de la beneficencia.

Con ello, entramos en los años finales del siglo XX, en el que las antiguas matronas eran ya “Especialistas en Enfermería Obstétrico-Ginecológica”; especialidad que exige dos años de estudios después de finalizados los de Enfermería. 

Juan Gondra Rezola