Las enfermedades de transmisión sexual, en especial la sífilis, fueron un azote constante para las poblaciones europeas desde el descubrimiento de América hasta el de la penicilina. Nuestra cultura asoció desde antiguo estas enfermedades con la relajación de las costumbres, por lo que hablar de enfermedades venéreas era en el pasado casi lo mismo que hacerlo acerca de la prostitución.

Las políticas adoptadas ante ésta por las distintas ciudades y reinos europeos entre los siglos XVI  XIX, fueron bastante homogéneas y evolucionaron desde una postura inicial de prohibición hasta el establecimiento de una regulación encaminada a prevenir el contagio.

Durante la Edad Moderna, no tenemos noticia de que hubiera en la Villa burdeles públicos similares a los de otras ciudades de la Corona Castellana, lo cual no significa que no hubiera prostitución. El Hospital de los Santos Juanes negaba desde el año 1661 el ingreso a los enfermos de “gálico” (sífilis).

El Ayuntamiento habilitó en 1788 una cárcel galera para internar a las prostitutas afectas de enfermedades venéreas. Estaba ubicada en un viejo edificio, antiguo polvorín, húmedo, lóbrego y sombrío, situado en la calle Urazurrutia y cuya condición de provisionalidad no le privó de una larga vida, pues no fue clausurada hasta los albores del siglo XX.

El problema adquirió gravedad con la presencia de nutridas guarniciones militares presentes en Bilbao a partir de la Zamacolada (1804). Se multiplicó el número de prostitutas y hubo una elevada incidencia de sífilis entre la tropa. Se produjo una situación paradójica: mientras el vecindario bilbaíno achacaba estos males a la presencia de numerosos soldados con “malos hábitos”, las autoridades militares responsabilizaban a las civiles y les exigían que expulsaran a todas las prostitutas porque contagiaban a sus soldados.

En 1838 se habilitó en el Hospital de Atxuri una sala especial para las prostitutas enfermas: la sala de Santa María Magdalena Penitente. Treinta años después surgió la propuesta de copiar lo realizado, primero en París y, después en otras ciudades europeas. Consistía en apartar a las prostitutas enfermas de su trabajo y someterlas a tratamiento con sales de mercurio para interrumpir la cadena de transmisión de la sífilis. Para ello, se procedía a un examen médico periódico de todas las prostitutas censadas en la ciudad y se ordenaba el tratamiento de aquellas en las que se apreciaban signos de enfermedad venérea.

Para llevar esta práctica a efecto se creó en 1873 el llamado “Servicio de Higiene Especial”. Durante los primeros años de actuación se inscribieron y autorizaron 20 casas de mancebía y se matricularon algo menos de 200 pupilas, a las que se añadieron 30 peripatéticas (no adscritas a un burdel). Se creó un negociado encargado de llevar el censo, cobrar las tasas, realizar las inspecciones administrativas y tramitar las multas y denuncias, así como los pagos al hospital por las estancias y tratamiento de las prostitutas enfermas.

El gran desarrollo industrial y minero de Bilbao durante la última década del siglo XIX y los comienzos del XX, le hizo ser el destino de un considerable número de inmigrantes y la prostitución creció de forma paralela, llegando a dosmil el número de las censadas a finales del siglo XIX. Esto dio lugar a una ampliación de la plantilla sanitaria destinada a este servicio, que tuvo su culminación en el año 1918 cuando, después de numerosos avatares e intentos fallidos de construir una sede digna, entró en funcionamiento el nuevo Hospital de la plaza de la Cantera, impulsado por el capitular socialista Facundo Perezagua. Contaba con un laboratorio, nueve camas para la hospitalización de prostitutas y consultas de hombres y mujeres con accesos desde distintas calles. Trabajaban en él cinco médicos, dos practicantes, y una pequeña comunidad religiosa a cargo de las labores de enfermería.

Para entonces, había aparecido un tratamiento eficaz de la sífilis: el salvarsán y, sobre todo, el neosalvarsán. En los años cuarenta llegó la penicilina, que curaba la sífilis y la blenorragia, con lo que el Servicio de Higiene fue perdiendo su razón de ser. En 1965 cerró definitivamente sus puertas y sus locales fueron cedidos a la Dirección Provincial de Sanidad, que mantuvo allí una consulta de enfermedades venéreas.

Juan Gondra Rezola