La gran huelga minera de 1890 es considerada el inicio del movimiento obrero vizcaíno y la consolidación del Partido Socialista como partido de masas entre los trabajadores de la cuenca del Nervión. Aunque tiene su origen en la zona de las minas de Triano-Somorrostro y los mineros son los protagonistas, este acontecimiento marcará un antes y un después en la política bilbaína y vizcaína.

La huelga estalla a los pocos días de la celebración del 1º de Mayo. El 13 de mayo de 1890 cinco obreros de la empresa La Orconera son despedidos por su significación en la organización de la festividad obrera. Rápidamente se pide al patrón la readmisión de los despedidos, pero ante su negativa, 500 trabajadores comienzan la huelga.

Ese mismo día, hacia las 10 de la mañana los huelguistas se elevan a 1000. Comienzan a recorrer la zona minera y a instigar al paro, en ocasiones recurriendo a la violencia. Esto provoca la intervención militar y la movilización del regimiento de Garellano. Hacia las 4 de la tarde los huelguistas suman 2000 y marchan a Ortuella donde se reunen con otros 3000. En esta localidad se organiza un improvisado mitin.

Tras el mitin alrededor de 8000 mineros bajan a la zona fabril de El Desierto, al grito de “!Abajo los cuarteles, fuera las tiendas obligatorias, viva la unión minera, mueran los burgueses, vivan los trabajadores, viva nuestra bandera!”. Antes de llegar al municipio de Portugalete el ejército les corta el paso. Los huelguistas se dispersan, aunque un pequeño grupo de unos 40 consigue burlar la vigilancia y llegar hasta las fábricas de los Altos Hornos, donde llaman a la huelga al grito de “es de traidores abandonarnos”. Los trabajadores fabriles se suman al paro.

Al día siguiente de estallar la huelga, los socialistas redactan y publican las reivindicaciones de los huelguistas: jornada laboral de diez horas, supresión de las tareas (modalidad de trabajo a destajo), supresión de los cuarteles y cantinas donde los obreros mineros son obligados a comprar los víveres y vivir, y readmisión de los despedidos. Con este gesto los socialistas se convierten en representantes de los obreros y en conductores de la huelga. El comité socialista, con Perezagua a la cabeza, es encarcelado, aunque ello no supone un impedimento para el control de la huelga por parte de los socialistas.

Por su parte, los patronos mineros se niegan a negociar con el comité socialista y las posibles conversaciones encallan. Ante el inmovilismo, se envía al general Loma con sus tropas, quien además de garantizar la seguridad en la zona de las minas, actuará como intermediador entre patronal y representantes obreros. Así, el día 18 de mayo se reúne con propietarios mineros y autoridades. Al día siguiente acude a las minas, a conocer en primera persona la situación allí. La impresión que le genera el estado de los barracones le lleva a pronunciar la famosa frase de “ni aún para albergue de cerdos servían (los barracones)”.

Tras varias reuniones, Loma finalmente da la razón a los mineros y fuerza a la patronal, bajo la amenaza de retirar al ejército de las minas, a firmar un acuerdo. Es el llamado “Pacto Loma” por el cual los patronos mineros se comprometen a una mejora en las condiciones de vida, que en la práctica supone la abolición de las cantinas y los barracones, y establece las horas efectivas de trabajo en diez. Esta solución supone un gran espaldarazo para los socialistas y para el propio movimiento obrero, que ve cómo sus demandas han tenido éxito.

Esta huelga inicia el ciclo de huelgas que hasta 1910 seguirá la misma táctica: forzar la intervención del ejército para que éste actúe de mediador. Además, supone la inauguración del movimiento obrero en esta zona y la consolidación del partido socialista como el hegemónico entre los trabajadores hasta prácticamente el cambio de siglo. Este hecho queda en la memoria colectiva socialista como el acontecimiento fundacional del movimiento obrero en esta zona. Tal es así que el socialista Julián Zugazagoitia afirma en 1922 que “este triunfo conseguido por los mineros en 1890, ha venido siendo la piedra angular en que descansó y continúa descansando todo el edificio de esta organización”, y en 1930 le dedica una novela, El Asalto.


Sara Hidalgo García