Ibáñez de Betolaza llegó a Bilbao con 11 años. Comenzó su aventura empresarial en la década de 1880 con un taller de herrería en la calle Castaños de Bilbao, que transformó para dedicarse a la fabricación de camas metálicas y que luego amplió todavía más hacia la elaboración de muebles metálicos (mesillas, lámparas, sillas, etcétera).

Sus aventuras empresariales no se limitaron a la antedicha fábrica de muebles (que en 1900 tenía 70 empleados), sino que fueron extendiéndose a otros sectores y a otros lugares. En 1901 fundó La Camera Española. Al año siguiente fundó y presidió el consejo de administración de La Cerámica Vizcaína dedicada a la elaboración de cemento, cerámica y ladrillos. Además de estos negocios, radicados en Bilbao, Marcelino Ibáñez contaba con otros intereses, como la planta de Elisol en Luchana, dedicada a la fabricación de tubos de hierro, o sus inversiones en Sevilla, en donde fue propietario de un cortijo y participó en  HYTASA (Hilaturas y Tejidos Andaluces, S.A.).

Pero, sin duda, la iniciativa más novedosa fue la formación de la sociedad del Funicular de Artxanda. Constituida en 1913, el proyecto incluía el aprovechamiento de terrenos en la cima del monte Artxanda, con la instalación de un casino (el Casino de Artxanda), una pista de patinaje, un txacoli (El Popular), un campo de fútbol (del Moraza), pistas de tenis y una estación de radio. Para comunicar el casco urbano de Bilbao con este nuevo foco recreativo, se proyectó la construcción de un funicular que, arrancando cerca de los propios talleres de Ibáñez de Betolaza en la calle Castaños, acercaba a los usuarios a la cumbre de Archanda. En cierta forma, el proyecto satisfacía la demanda de esparcimiento de diversos sectores sociales bilbaínos. El funicular se inauguró en 1915 tras unas pruebas realizadas a fines de 1914.

Su actividad industrial tuvo reflejo en su activa participación en el ámbito asociativo. Fue miembro de la Liga Vizcaína de Productores, fundada en 1894, y su contador en la década de 1920. También fue designado contador en la primera junta directiva del Centro Industrial de Vizcaya, fundado en 1899, del que fue obligacionista.

Políticamente se mantuvo próximo, por lo menos en su juventud, al republicanismo. Fue elegido concejal en las elecciones municipales de diciembre de 1909 por el distrito de Casas Consistoriales. En 1913 no se presentó a la reelección y se apartó de la política.

A medio camino entre sus intereses filantrópicos y su dedicación empresarial, Marcelino Ibáñez fue miembro de la junta directiva, como tesorero (1900-1920) y como presidente (1920-1945), de la Sociedad de Seguros Mutuos de Vizcaya sobre Accidentes de Trabajo (antecedente directo de la actual Mutualia), organizada por iniciativa del Centro Industrial de Vizcaya. También estuvo vinculado a la Cruz Roja, de la que fue presidente en los difíciles momentos de la Guerra Civil previos a la caída de Bilbao en junio de 1937. Además, tuvo una amplia trayectoria de concesión de donativos a diversas iglesias y conventos, incluida la construcción a sus expensas del hospital de la Cruz Roja de Bilbao, al que dotó de su mobiliario con productos de sus fábricas, lo mismo que hizo con el equipamiento de la clínica de la Mutua.

En julio de 1937 se le incoó un expediente de responsabilidad civil, del que salió exonerado, aunque a costa de verse obligado a hacer generosos “donativos” como muestra de su apoyo a las autoridades del bando nacional.

Aficionado a la música –en sus ratos libres tocaba la guitarra—, Marcelino Ibáñez falleció en Bilbao el 23 de junio de 1945 y quince años más tarde lo hizo su esposa.


Eduardo J. Alonso Olea