Itinerario de la vital de Virginia González Polo

Feminista, socialista, luchadora social, comunista, sindicalista, gran oradora, pionera y transgresora de muchas convenciones sociales, son algunos de los adjetivos que podemos dedicarle a Virginia González, una de las dirigentes más importantes del socialismo español de principios del siglo XX, donde dejó una fuerte impronta, y una de las más destacadas feministas de nuestro país.

Francisca Virginia González Polo nació el 2 de abril de 1873 en Valladolid. Su padre, mecánico tornero, y su madre, tejedora, tuvieron un total de 22 hijos. Esta situación humilde le valió como experiencia para situarse en el mundo, en su lugar en la sociedad, tanto como obrera como  mujer, ya que desde pronta edad tuvo que abandonar la educación formal para trabajar como guarnecedora de calzado. Se casó con Lorenzo Rodríguez Echeverría, zapatero de Ponferrada. La pareja emigró a La Coruña donde entró en contacto con los círculos anarquistas. Allí se afilió en 1893 a la Sociedad de Zapateros y Guarnicioneros de La Coruña y allí nació su único hijo, César, en 1894. Esta toma de contacto con el incipiente movimiento obrero español le sirvió como escuela a Virginia para reflexionar sobre la desigualdad de clase y de género.

En 1899 la familia emigró a Bilbao, donde se produjo el punto de inflexión en la trayectoria de Virginia. En ese momento la Villa vizcaína no sólo era uno de los núcleos industriales más importantes de España sino uno de los feudos del movimiento obrero y del socialismo español, habiéndose fundado la Agrupación Socialista de Bilbao en 1886. No en vano aquel era el momento de las grandes huelgas en las que los mineros, capitaneados por el carismático Facundo Perezagua, fueron consiguiendo desde 1890 mejoras laborales. En este contexto Virginia se afilió al PSOE en 1899.

Ahora bien, sus preocupaciones siempre giraron en torno a lo laboral y a la situación de la mujer obrera. El Bilbao al que ella llegó vivía un éxtasis industrial basado en la minería y el metal, sectores ambos de preeminencia masculina; y el socialismo en que se integró pivotaba sobre una identidad obrera masculina y masculinizada. Ello generaba que la mujer no tuviera representación en el movimiento ni tampoco existiera un afán por otorgarle un papel en la lucha de clases. En efecto, en el contexto en que nos situamos, el maridaje entre feminismo y socialismo resultaba complejo. La pérdida de la autoridad del hombre sobre la mujer cuando ésta trabajaba fuera del hogar, quién cuidaría de los hijos, o la competencia que las mujeres podrían representar para el hombre en el mercado laboral eran algunos de los temas que perfilaban el debate sobre el trabajo femenino. Además, el PSOE no veía a la mujer como destinataria de su propaganda porque no tenía derecho a voto y porque consideraba que ésta no tenía suficiente educación para comprender y, consecuentemente, entendía que la militancia era un asunto masculino.

Ahora bien, en 1903, con la fundación de las Juventudes Socialistas y la pujanza creciente de una nueva generación dentro del PSOE, se abrió una nueva etapa ideológica en la que se buscó expandir el significado de la clase. Es entonces cuando Virginia González, que formaba parte del núcleo de Tomás Meabe, creador de las Juventudes Socialistas, fundó el 12 de julio de 1904 la primera Agrupación Femenina Socialista. Se creaba así un ámbito dentro del PSOE para la mujer, donde ella pudiera desarrollarse, y se cuestionaba la masculinidad que definía entonces a esta cultura política. En este sentido, hay que recordar que la inspiración de ambos grupos, tan cercanos e interrelacionados, venía fundamentalmente del ámbito internacional, y que lo que podríamos denominar vieja guardia del partido veía con recelo estos grupos que reivindicaban una nueva forma de ser socialista. Virginia González fue precursora de esta redefinición identitaria en que la mujer reivindicaba su papel.  

El corpus ideológico de la Agrupación Femenina Socialista pivotaba sobre la idea de que la mujer tenía que ser independiente, tener educación y luchar por sus mejoras laborales, sin descuidar eso sí el cuidado del hogar y su papel como esposa y madre.

Durante su etapa en Bilbao, Virginia escribió asiduamente en La Lucha de Clases, órgano de prensa del PSOE y participó en numerosos mítines, donde destacó como brillante oradora. Un ejemplo es su intervención en el mitin del 1º de mayo de 1905, donde mostraba su idea sobre la situación de la mujer: “manifestó que la mujer, hasta aquí, ha permanecido alejada, trabajando como bestia, pero hoy, debido al trabajo del partido obrero, despierta y será puesta en condiciones de vida, para educar a sus hijos, creando una nueva generación que ha de luchar por la redención del obrero”( El Nervión, 1 mayo 1905).

De 1907 a 1909 emigró a Argentina en busca de una mejora de su calidad de vida, y a su vuelta se instaló en León, donde participó en la huelga general de 1909, lo cual le costó la detención y el destierro.

En 1910 se instaló con su familia en Madrid, donde se integró en la Agrupación Femenina Socialista de Madrid, que había sido fundada en 1906, y a la cual estuvo vinculada hasta 1921. Comenzó así su ascendente trayectoria dentro del núcleo madrileño, que le llevó a ser vocal del Comité Nacional del PSOE desde 1915 hasta 1918 y Secretaria Femenina de la Comisión Ejecutiva desde 1918 hasta 1919. Paralelo a la actividad política desarrolló su labor sindical, siendo designada vocal de la UGT desde 1916 hasta 1918. Esta trayectoria nos da cuenta de la trasgresión que suponía la figura de Virginia, al llegar a puestos políticos o sindicales a los que nunca antes una mujer había llegado y desafiar el reparto de poder tanto en el PSOE como en la UGT, que tan perjudicial resultaba para las mujeres.

Su participación en la organización de la huelga general revolucionaria de 1917, como miembro del Comité revolucionario, fue todo un hito, por su condición femenina, al ser la primera mujer en España en ocupar ese cargo. De hecho, ella integraba el grupo que fue detenido en la buhardilla de la madrileña calle Desengaño. Ahora bien, escapó de una sentencia condenatoria porque sus compañeros supieron instrumentalizar hábilmente el ideal de género de la época, y, tal y como recuerda el socialista Andrés Saborit, también detenido, Virginia “no fue encarcelada porque tuvimos buen cuidado de descartarla en nuestras declaraciones ante la autoridad militar, a quien hicimos creer que estaba con nosotros para prepararnos la comida y asistirnos convenientemente sin que tuviese ninguna otra participación” (Cita en Marta del Moral: Virginia González Polo, el peligroso liderazgo de una guarnicionera de calzado. En Fuente, María Jesus, y Ruiz, Rosario (eds.): Mujeres peligrosas, Madrid, Dykinson, 2019,p. 188)  

En cuanto a su vertiente ideológica, destaca tanto su faceta socialista como feminista. Por una parte, Virginia defendió la necesidad de que las mujeres tuviesen grupos diferenciados de los hombres dentro del partido. Para ella, compartiendo el mismo ideal socialista, era vital que las trabajadoras tuvieran espacios donde debatir sobre sus propias preocupaciones, que iban más allá de ser trabajadoras y entraban en el ámbito de ser mujeres. Así aparece en El Socialista tras el XI Congreso del Partido en el que ella participó: “(Virginia González) se extrañó de que esta cuestión haya podido ser tema en las discusiones de tres Congresos, y defendió la subsistencia de los Grupos Femeninos, argumentando que todos los seres necesitan un ambiente adecuado para desenvolverse, y demostrando que las mujeres socialistas pueden prestar más servicios a la idea y al Partido en sus Grupos (Femeninos socialistas), que entremezcladas en las agrupaciones varoniles” (El Socialista, 28-11-2018).

Virginia además tuvo muy presente que uno de los roles más importantes de la mujer era el de apoyar al hombre en su lucha. En este sentido, se hacía eco de una de las ideas del movimiento obrero de la época según la cual la obrera venía a ser una competencia para el hombre en el mercado laboral: “la obrera viene a ser la concurrente terrible del obrero; la que envilece los salarios y le disputa el puesto en el taller; la que con su inconsciencia y apatía se niega a seguir la ruta emprendida por el hombre explotado, que lucha en sus sindicatos, organizaciones corporativas, en el Partido Socialista, por la abolición del actual régimen social” (Virginia González: “A las obreras, Madrid”, s.f.)

Asimismo, en la redefinición de las relaciones de género a la que Virginia contribuyó, el ámbito de las relaciones conyugales se situaba en la centralidad del debate. El socialismo desde su fundación había predicado que la pareja obrera era más sincera y basada en el amor que la burguesa, sustentada sobre un contrato económico. En este contexto, Virginia González, articuló su propuesta basada en la defensa del amor romántico entre los obreros como pilar de su unión y reivindicando la voluntad individual de cada uno de los miembros de la pareja para que ésta pudiera materializarse. Así lo afirmó en 1906:“en el momento en que ésta (la propiedad) se transforme en común o colectiva, los seres que se aman no tendrán que buscar ningún intermediario que (….) declare que dos seres queden unidos para siempre”. (“El matrimonio”, La Lucha de Clases, 7 -4- 1906)

Por otra parte, Virginia se posicionó sobre uno de los temas de debate del movimiento obrero y del feminismo: la maternidad. Virginia abogó por una protección laboral para las mujeres en momentos vitales como el embarazo y el parto, abogando por la prohibición del trabajo femenino durante los mismos, iniciativa que defendió apasionadamente, como ocurrió durante el Congreso de la Unión General de Trabajadores de 1907 (“El trabajo de las mujeres y los niños”. La Lucha de Clases, 12-01-1907). De hecho, hay que destacar que la figura de la madre dentro de la configuración política del socialismo tuvo gran importancia. Esta dimensión se hizo especialmente evidente durante la segunda década del siglo, con ocasión de las movilizaciones contra la guerra de Marruecos –la semana trágica de Barcelona de 1909 constituyó un momento álgido de esta fórmula-. Así, para conseguir la movilización de las mujeres se apelaba a su ser madre y al sentimiento de amor maternal, tal y como ocurrió durante la huelga general de diciembre de 1916 convocada por la crisis de subsistencias que vivía el país debido a la coyuntura de la Primera Guerra Mundial, y durante la cual Virginia excitó a las mujeres con estas palabras: “todas las mujeres deben aprestarse a la defensa de sus hijos, para demostrar saben cumplir con sus deberes como madre; contraste con este proceder el que emplean las mujeres adineradas, no haciendo nada en beneficio de los intereses de este desdichado pueblo. (…). Excitó a las madres piensen en las terribles consecuencias de la guerra, aconsejando a éstas defiendan a sus hijos no consintiendo que les arrebaten éstos para llevarlos a sufrir las penalidades que la guerra lleva consigo (…), terminando por aconsejar procedan en el día de mañana jugándose el todo por el todo (Gran ovación acoge estas palabras)” (El Socialista, 17 -12- 1916).

Tras la Revolución Rusa de 1917 se abrió un importante debate dentro del movimiento obrero y nació una nueva ideología de clase, el comunismo. En esta tesitura, el socialismo y la Segunda Internacional en la que se integraba, se partieron, y nació la Tercera Internacional en 1921. El PSOE optó por no integrarse en la misma, lo cual generó una sangría de militantes que sí lo hicieron. Entre ellos se encuentra Virginia, que tomó parte del núcleo fundacional del Partido Comunista de España ese año 1921. Para entonces ya se encontraba gravemente enferma, y de hecho tuvo que suspender su presencia en el III Congreso del Partido Comunista en Moscú, al que asistía como vocal. Aun así, todavía ejerció de secretaria femenina del Comité Central del PCE en 1922. Virginia murió en Madrid el 15 de agosto de 1923, tras una vida dedicada a la lucha por la mejora de las condiciones de los trabajadores y de las mujeres. Sobresale sobre todo su trabajo pionero como feminista, y su reivindicación de la nueva mujer, que definió así: “la mujer buena, a la compañera del hombre, facultada y perfectamente capacitada para las grandes empresas del amor y del bien en la lucha social” (El Socialista, 6 -4-1914).


Sara Hidalgo García de Orellán