Compositor y organista (Vitoria, 1886-Madrid, 1961); uno de los principales referentes del Nacionalismo musical vasco y de la “generación de maestros” españoles de comienzos del s. XX.

Nació en un hogar de hondas raíces musicales: su padre, Lorenzo, fue violinista, y su madre, Trinidad, profesora de piano. Era, además, bisnieto del aragonés Nicolás Ledesma, celebrado maestro de capilla en Bilbao.

Siendo aún niño, su familia se trasladó a Zaragoza y, más tarde, a Madrid, donde estudió armonía con el guipuzcoano Valentín Arín y gozó de la protección del barítono Emilio García Soler. Por fin, se instaló en Bilbao hacia 1899. El joven talento fue muy bien acogido por el círculo de melómanos de la sociedad “El Cuartito”, siendo instruido en violín y armonía por Lope Alaña y José Sáinz Basabe, respectivamente. En 1901 realizó su primera aparición pública como compositor y pianista, con auspicio de la Sociedad Filarmónica. Además, fue premiado en los Juegos Florales de la Villa por su melodía Chalupan.

Gracias al apoyo económico del Conde de Zubiría viajó a París en 1904 para estudiar en la Schola Cantorum, que dirigía Vincent D’Indy. Allí sería condiscípulo de Resurrección Mª de Azkue y José Mª Usandizaga, con quien trabó íntima amistad. Posteriormente profundizó sus conocimientos de órgano en Bélgica y de composición en Colonia.

A su regreso, fue muy aplaudido su tríptico coral Así cantan los chicos (1908), con letra de Juan Carlos Gortázar. Tras ese éxito, la Sociedad Coral de Bilbao le  encargó Mirentxu (1910), “idilio vasco” sobre libreto de Alfredo Echave que constituyó, junto a Mendi-Mendiyan de Usandizaga, el mayor hito del teatro lírico vasco hasta el momento. La propia Coral interpretaría este título en el Palau de la Música de Barcelona, en 1913. En 1915 la obra llegó al madrileño Teatro de la Zarzuela, y la Orquesta Sinfónica de Barcelona estrenó su Leyenda vasca. Un año más tarde, el Círculo de Bellas Artes de Madrid premió su poema sinfónico Una aventura de Don Quijote.

Todos estos logros consolidaron la fama de Guridi, que pronto se convirtió en figura central de la vida musical de Bilbao. Así, entre 1912 y 1929 dirigió a la Sociedad Coral, para la que escribiría diversas armonizaciones de cantos populares vascos y sus Eusko Irudiak, estrenados ya en 1931. En 1922 desposó a Julia Ispizua, corista de dicha formación. Además, el compositor fue organista en la iglesia de los Santos Juanes (1915) y en la basílica de Santiago (1918), así como profesor de dicha especialidad en el Conservatorio Vizcaíno. Por otro lado, estuvo directamente implicado en el hallazgo y puesta en valor de las pinturas rupestres de Santimamiñe (Kortezubi), en 1916.

El estreno de su gran ópera vasca Amaya en Bilbao (1920) y en Madrid (1923), a cargo de la Coral, supuso la culminación artística de aquel período. Dicha obra llegaría a representarse también en Buenos Aires (1930), Barcelona (1934) y Praga (1943). No obstante, las dificultades de este género le indujeron a abandonarlo en favor de fórmulas más comerciales de teatro lírico. Su primera experiencia en ese terreno fue la zarzuela de costumbres vascas El caserío (1926), que permanece como uno de los mayores éxitos del autor. Otros títulos de envergadura como La meiga (1927), Mandolinata (1934), Mari-Eli (1936) o Peñamariana (1944) siguieron la misma senda y contribuyeron a consolidar su prestigio teatral, aunque sin alcanzar su anterior fortuna. El compositor también trabajó en diversos proyectos cinematográficos; en especial, durante el período de posguerra.

Guridi se instaló definitivamente en Madrid en 1939. Allí estrenó sus Diez melodías vascas (1941) y, desde 1944, fue catedrático de órgano en el Conservatorio de la ciudad, institución que dirigiría a partir de 1956. En 1947 ingresó en la Real Academia de San Fernando y recibió el Premio Nacional “Ruperto Chapí” por su revisión definitiva de Mirentxu. Asimismo, su Cuarteto nº 2 obtuvo un Premio Nacional de Música en 1949, y su fantasía para piano y orquesta Homenaje a Walt Disney, de influencia jazzística, fue galardonado en el concurso “Óscar Esplá” de 1956. Un año después sería nombrado Hijo Adoptivo de Bilbao. Su vinculación con la capital vizcaína durante esta última etapa quedó patente en los estrenos de su Sinfonía Pirenaica, por la Orquesta de Bilbao (1946), y de sus obras líricas Déjame soñar (teatro Arriaga, 1943) y Acuarelas vascas  (Teatro Ayala, 1948).


Obras: Así cantan los chicos, Mirentxu, Una aventura de Don Quijote, Leyenda vasca, Amaya, En un barco fenicio, Eusko irudiak (Cuadros Vascos), El caserío, La meiga, Mandolinata, Mari-Eli, Seis canciones castellanas, Diez melodías vascas, Peñamariana, Sinfonía Pirenaica, Tríptico del Buen Pastor, Homenaje a Walt Disney, etc.

Mario Lerena