Bilbao conoció un intenso interés por el desarrollo de un teatro lírico característicamente vasco durante las dos primeras décadas del siglo XX,  convirtiéndose en escenario principal de iniciativas orientadas a tal fin. Dicho movimiento puede emparentarse con las escuelas “nacionales” de ópera impulsadas en diversas regiones periféricas europeas y americanas desde el s. XIX, fruto de las ideas del Romanticismo y el Nacionalismo en música.

Los primeros tanteos al respecto tuvieron lugar en San Sebastián a finales del siglo XIX con algunos títulos festivos de escasa entidad, como Pudente (1884) o Iparraguirre (1889). Contaban como únicos precedentes lejanos con las experiencias operísticas de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País en la centuria anterior (en concreto, El borracho burlado, bilingüe, de Xavier Munibe (1764)) y las pastorales del folklore suletino. Caso aparte y excepcional es el de Los esclavos felices, del bilbaíno Juan Crisóstomo de Arriaga (1819); ópera semiseria (posiblemente inconclusa) sobre texto castellano de Francisco Comella.

En Bilbao, Resurrección Mª de Azkue tomó el testigo de dichas iniciativas a partir de 1895 con la elaboración de una serie de zarzuelas vascas de tono adoctrinante (Vizcaytik Bizkayra, Eguskia nora, Pasa de Chimbos, etc.), interpretadas en el “Euskaldun Biltokia” que fundara el propio autor. Mayor popularidad obtendría Chanton Piperri, con música del lekeitiarra Buenaventura Zapirain y libreto de Toribio Alzaga, que el Orfeón Euskeria presentó en el Teatro Arriaga en 1907, una década después de su estreno donostiarra. Dos años más tarde, este Orfeón estrenó en idéntico escenario Anboto, de los mismos autores.

Con todo, el mayor impulso a una ópera vernácula vino de la mano de la Sociedad Coral de Bilbao, a partir de su exitoso estreno de Maitena (Campos Elíseos, 29-III-1909), de Charles Colin y Etienne Decrept, con diálogos traducidos al castellano por Alfredo de Echave y una aplaudida escenografía de Eloy Garay. El director de dicha formación, Aureliano Valle, ya había explorado el género desde 1905 con sendos libretos de Etxabe, Lenago il y Bide Onera. En 1910 la Coral volvió a programar Maitena y estrenó tres nuevas obras de encargo: la ópera infantil Lide ta Ixidor, de Santos Inchausti y Alfredo de Etxabe, y dos de los títulos más emblemáticos del repertorio lírico vasco: Mendi Mendiyan (21-V), de José María Usandizaga, y Mirentxu (30-V), de Jesús Guridi, con libretos de José Power y de Echave, respectivamente. Todos ellos fueron representados en el teatro Campos de la capital con decorados de Garay y un formato que alternaba diálogos en castellano y cantables en euskera, si bien tanto Guridi como Usandizaga pondrían música a los pasajes hablados en fechas posteriores.

El aplauso de crítica y público logrado en esas campañas animó a entidades y autores a proseguir aquella vía durante la década siguiente. Aún en 1910, Juventud Vasca estrenó en el Arriaga Itsasondo, de Inchausti, y la Sociedad Coral presentaría en 1911 Itxasora, primer acto de Ortzuri, de Azkue, con decorados de Manuel Losada. No obstante, no todas las empresas de este tipo fueron igualmente exitosas: así, en 1914 la crítica censuró la endeble entidad y dudoso vasquismo de Deboika, de Pedro Martínez Larrazabal, y Azkue obtuvo un rotundo fracaso con su ambiciosa ópera Urlo, estrenada en el Arriaga por el Orfeón Euskeria. Por esos años, también Andrés Isasi dejó en suspenso la partitura de Lekobide, sobre libreto de Emiliano de Arriaga. Aun así, la Coral todavía obtendría un completo triunfo con el estreno de Amaya (Coliseo Albia, 22-V-1920), de Guridi, que culminó sus esfuerzos por alcanzar una gran ópera vasca.

Las transformaciones socio-culturales de las décadas siguientes provocaron un drástico decaimiento de la creación operística en favor de otros géneros como el ballet (Kardin (1930), de Víctor Zubizarreta y Manuel de la Sota) o, sobre todo, la zarzuela regionalista, en castellano (El Caserío (1926), de Jesús Guridi, estrenada en Madrid, o Naste-Borraste (1932), de Juan de Orúe). Posteriormente, el interés por la ópera vasca resurgiría tan sólo de forma esporádica, merced a contadas reposiciones escénicas y al estreno en versión de concierto de dos nuevos títulos del donostiarra Francisco Escudero: Zigor! (4-X-1967), encargo de ABAO-OLBE, y Gernika (25-IV-1987), interpretada por la Sociedad Coral.

Fuera del ámbito estrictamente euskaldun, la villa también ha conocido el estreno mundial de las óperas Adiós a la bohemia, de los donostiarras Pablo Sorozábal y Pío Baroja (16-XI-1933); Medea, de Mikis Theodorakis (1-X-1991), y El juez (los niños perdidos), de Christian Kolonovits, (26-IV-2014), siempre en su Teatro Arriaga.

Mario Lerena